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Dragón azul (relato)





Nota del autor: Para el momento en que escribí el relato “Moneda de plata”, creí que no tendría una extensión, o alguna historia relacionada. No obstante, es necesaria esta nota para hablarles un poco sobre este mundo.

Nace de un sueño que tuve exactamente el 11 de febrero del año 2013. Lo sé porque antes los escribía en un documento, y el último del que tomé nota, fue en esa fecha, y fue el que hizo nacer este mundo. Desde entonces varios sueños me han seguido mostrando algo totalmente increíble, en primer lugar por la historia que cuentan, y en segundo, y es lo que considero más... sorprendente, porque tienen una secuencia totalmente lógica. Si desde siempre he sentido que sólo soy un redactor que detalla hechos ocurridos en otros mundos que visualizo a través de una ventana, con este... de alguna manera soy su testigo presencial, aunque sólo pueda ver escenas pequeñas que hablan por sí solas. Son retazos que me cuentan una enorme y sorprendente historia.

Por la idea básica descarté los relatos: Chicos con poderes. Existen mil libros, y otra cantidad idéntica de películas que utilizan el mismo argumento. Por supuesto, sólo fueron estupideces de mi cabeza. La cuestión en las novelas es cómo cuentas tú una historia, y es algo que he ignorado a adrede sobre este mundo... hasta ahora.

Los sueños continuaron y las historias evolucionando con ellos. Creo que ya tengo motivos de sobra para sacar a la luz estos relatos, a pesar de que una de sus protagonistas me pidió por allá en el año 2013 que contara su historia, que mostrara a mi mundo el suyo, e idiota de mí, hasta ahora no lo había hecho.

Moneda de plata fue la gota que derramó el vaso. Sentí que ya no podía seguir ignorando este mundo que tiene tantos años acompañándome en sueños, pidiendo a gritos que hablara sobre ellos. Así hice, y puedes leer su relato. Si bien creí que no tendría alguna historia relacionada, semanas después otro sueño me mostró que por supuesto, estaba equivocado. Existía alguien más en el liceo de David Farey, y ese era Dragón azul. Mientras escribía su historia, ha habido otro sueño que deberé contar en su momento, y sumado a ello, aquí conocerás a una joven que a pesar de no estar directamente entrelazada en estas aventuras, su historia existe, y en su momento también podrás leer.

Es una manera torpe de comenzar un mundo, arrancando por lo que sería un intermedio entre los primeros sueños y los ocurridos en el 2017, que están relacionados con estos protagonistas. Me gustaría decir que antes de estos relatos existen dos, tres, o un libro... mas desconozco por completo cuánto me llevará desarrollar esa parte de la historia. A pesar de ello, te ayudará a ir conociendo este mundo y lo que conseguirás en él.

Estos pequeños relatos forman una trilogía principal, y adicionalmente, existen otros dos. Mi meta es publicarlos antes del año próximo, donde no sólo sacaré a la venta el libro principal, sino que también daré a conocer el nombre de este mundo que tanto se repite en mi mente. Si llego a tener más sueños, posiblemente elabore directamente un libro. De corazón, espero que me acompañes en esta larga travesía.

Todavía no quiero revelar el nombre del mundo, ni de la protagonista que me pidió que hablara sobre él. Sin embargo... este relato va por ti. Ya mi mundo conocerá tu nombre en su momento, y también, todo sobre ese lugar donde vives.

Lector, si después de todo esto has llegado hasta aquí, sólo me queda pedirte algo: Disfruta la lectura.


*    *    *    *    *    *    *


Con un fuerte golpe el joven acalló el estruendo del despertador. Rápidamente se sentó en el borde de la cama, y como cada mañana, se quedó contemplando los rayos del sol que entraban por su ventana, meditando, recordando, pensando. Era su ritual personal, uno que mantenía desde que tenía memoria, y por supuesto, uno que formaba parte de su vida privada, algo que jamás contaba a sus amigos.

Para todos en el colegio, Kevin Kares formaba la viva estampa del tradicional estereotipo del chico popular. Alto, fornido, con unos ojos avellana y un cabello pelirrojo que provocaba suspiros en todas las jóvenes, y por descontado, era simplemente guapo. Por supuesto, aquello le acarreó toda clase de problemas. Puyas por partes de otros chicos en niveles más avanzados, rencillas entre las chicas, incluso entre sus amigas, las cuales buscaban acaparar toda su atención, y múltiples peleas donde sus rivales quedaban significativamente maltrechos.

Ese era otro problema. Desde siempre poseía una fuerza algo desmesurada para su edad, o casi cualquier otra. Debía andar midiendo prácticamente cada gesto para no estropear todo, y hasta en los abrazos se veía obligado a controlar cada músculo para no partirle las costillas a cualquiera. Su madre siempre bromeaba con eso, y ahora que la recordaba…

con un suspiro, Kevin se colocó de pie, se acercó a la ventana y contempló a su madre, ya despierta y a toda marcha, regando las plantas del patio. El corazón latió con fuerza en su pecho al verla allí, con su larga cabellera que parecía arder con el sol, sus largos miembros y su piel blanca repleta de pecas. Simplemente la adoraba. Para él, era su todo. Por ello volvió a sentarse en el borde de la cama para mirar fijamente su dedo índice de la mano derecha, donde una uña amoratada se había convertido en su peor pesadilla desde hacía una semana atrás.

Como venía haciendo esos últimos días, repasó detenidamente esa mañana en el liceo, que a medida que lo analizaba, iba descubriendo nuevos detalles que lo ayudaban a dar cierto sentido a las cosas. O al menos, servía para ayudarlo a mantener la cordura. Una que iba perdiendo minuto a minuto.

 Ese lunes todo transcurrió como de costumbre. Desayunó con su madre, la ayudó en la limpieza de los platos, y luego se acomodó antes de salir al liceo mientras ella terminaba de arreglarse para ir al trabajo. Solía dar un pequeño rodeo, aunque eso significara caminar seis cuadras más. Cualquiera, y más de uno le había soltado un comentario burlesco, pero Kevin… simplemente lo pasaba por alto con un gesto de la mano. Después de todo, en la esquina junto al kiosco de la señorita Anna, siempre lo esperaba con su amplia y deslumbrante sonrisa la pequeña Lisa. Después de su madre y su enorme gato, la rubia muchacha era lo más querido para él.

–¿Cuántos bueyes desayunaste hoy?

–Cinco, como de costumbre, además del perro de la vecina. ¿Y tú, enana? ¿Cuántos centímetros te has encogido?

–No lo sé muy bien –respondió Lisa mirándolo fijamente con la cabeza ladeada–. Creo que unos seis, o siete. Si me das un coscorrón, seguro me quitas otros seis. Cada día te pareces más a un rinoceronte –y de esa forma, Kevin y Lisa comenzaban su día. Metiéndose uno con el otro, riendo y bromeando camino al liceo.

Como siempre, saludó a sus amigos, apartó a empujones a algunos energúmenos con ganas de molestar, lanzó sonrisas a las chicas, dejándolas casi flotando de la felicidad, y acompañó a Lisa hasta su aula. Antes de despedirse de ella le tomó la mano, y en ese instante se hizo presente el primer elemento extraño en su última semana.

–¿Te encuentras bien? Parece que tienes fiebre, Lisa.

La niña dio un respingo, posiblemente  sorprendida de que le estuviese tomando la mano. Por un instante vaciló, como pensando en la respuesta, antes de decirle con su dulzura habitual:

–Por supuesto. Con algo de calor, pero nada más.

–No hay calor, enana. A lo mejor mi presencia te pone así, ya sabes. Algo caliente –por toda respuesta la pequeña puso los ojos en blanco, le sacó la lengua y se retiró al interior de su aula. A pesar de sacarle los colores con cada comentario como ese, solía tomárselos a broma, de la mejor forma posible.

–Hola, grandullón. Gusto verte –y aunque estaban en cursos distintos, Kevin sonrió ampliamente a la joven que lo saludaba.

–Hola, Linda –nada de preciosa, ni hermoso chocolate, ni mucho menos. El Linda, lo usaba porque ese era su nombre.

Por varios motivos saludaba, e incluso charlaba con la pequeña Linda King. En primer lugar, estaba en el mismo curso de su querida Lisa, y aunque no podían considerarse las mejores amigas, la muchacha de piel morena jamás se metía con ella, y siempre tenía un trato cortés y afable con él, con Lisa, y prácticamente con todo el mundo. Solía tomarle el pelo asegurándole que se trataba de un don, porque sólo con eso podía llegar a tratarse con Pequeño Roedor, el niño psicópata más temido de todo el liceo, aunque para él, no era sino otro chico más, uno que por suerte, jamás se había metido con él. Incluso Kevin le había asegurado a su madre que ambos se encontraban en polos tan opuestos, que simplemente pasaban el uno del otro. Además, nunca se había metido con Lisa, y para él, ese era motivo suficiente para ignorar su existencia.

Tras el rápido saludo con Linda, esa mañana siguió adelante para tropezarse pocos pasos más allá con una, o incluso la única chica a la que desearía golpear. Rebecca Castillo. Simplemente no la soportaba. Como en ese momento, no hacía nada para ocultar lo mucho que le atraía el pelirrojo Kevin, y no se cortaba ni un poco a la hora de demostrarlo. Con un guiño, un beso al aire y la punta de la lengua asomando entre sus labios, Rebecca le dio los buenos días, antes de comérselo con la vista y caminar al interior del aula donde por desgracia, veía el curso junto a él. Hasta allí, todo fue como de costumbre. Los problemas comenzaron una hora y media más tarde, cuando la profesora le pidió que fuese a sacar las copias de los exámenes.

–Puedo acompañarte si quieres –por segunda vez en ese día deseó meterle un puñetazo en pleno rostro a Rebecca para quitarle esa mirada, y esa sonrisita.

–No, gracias, no hace falta –respondió con brusquedad, oyendo las risitas ahogadas de sus compañeros. Si podía existir un secreto que todo el mundo conocía, era la fijación de Rebecca hacia él, y si podía existir algo increíble, es que la chica pasara por alto de forma tan magistral su rechazo.

En el liceo se jactaban de tener un sistema sofisticado, y avanzado para la educación y comodidad de los estudiantes. En cada piso existían hasta tres máquinas fotocopiadoras, escáner, fax, filtros, salas de informática y cantinas, y el profesorado era bastante competente. Por supuesto, esos sistemas no eran sino una tapadera para lo más importante y que llamaba la atención de cada uno de los jóvenes. En cada piso también existía una alarma cuya luz violeta significaba la calma, y el mayor terror de todo el mundo.  La única, y mejor forma de justificar su instalación, fue realizando una mejora general en el sistema de educación. Una de las teorías que explicaba el estallido de poder en los adolescentes aseguraba que las pésimas condiciones escolares tuvieron una parte de culpa. Pocos realmente creyeron un disparate como ese, pero a falta de algo mejor, agarraron el primer clavo ardiendo que se les puso a mano, y que además, pudo servir para otras causas. Su madre así se lo explicó en su momento, y Kevin simplemente lo dio por hecho.

Mientras la luz de la alarma titilaba a pocos metros, Kevin se dedicó a sacar las copias, y allí se sumó el primer factor decisivo: la llegada de Linda King. Con su eterna sonrisa, carisma único y su atractiva piel morena, la joven llegó a la carrera con un puñado de hojas en las manos.

–Hola, grandullón. ¿De copias, escaneo o fax? –Preguntó sin dejar de sonreír.

–Simplemente copias. Ya sabes que la profesora me adora, así que soy el chico de los recados.

–Todos lo hacen. Eres el guapetón del liceo, y no eres muy tonto. Lisa no te deja muy atrás. Es una genio, y también es hermosa –y para ocultar el súbito rubor, Kevin abrió la tapa de la máquina antes de preguntar.

–¿Tú? ¿Vienes de copias, escáner o fax? Igual, no importa. Utiliza la máquina primero. La maestra no se pondrá nerviosa si tardo un poco.

Con un agradecimiento, y una sonrisa más amplia al notar la evasiva de Kevin sobre Lisa, Linda colocó las hojas sobre el cristal de la máquina de forma desordenada, lo que provocó que una página saliera revoloteando hasta el suelo. Ese fue el segundo factor, al que se le sumó el tercero casi al instante.

Mientras la joven se inclinaba para recoger la página, Kevin estiró su mano derecha para acomodar algunas de las hojas, dispuesto a ayudar, como siempre. De alguna forma Linda golpeó la tapa de la máquina y a pesar de sus rápidos reflejos, esta cayó con todo su peso sobre su dedo índice. No era la primera vez que se machacaba un dedo. Incluso, podía recordar varios accidentes donde los golpes fueron demoledores, mas nunca sintió un dolor tan atroz como en ese momento. Uno que no tenía una explicación razonable; después de todo, la tapa no llegaba a pesar dos kilos, ni estaba hecha de plomo. Una semana más tarde, ni siquiera podía entender como no gritó con todas sus fuerzas, o como no perdió la consciencia. Simplemente se quedó allí de pie, privado con el dolor, viendo mil estrellas y sintiendo que el brazo entero iba a explotarle en cualquier momento.

Después se enteraría que sólo transcurrieron algunos segundos, aunque para él, a menos pasaron mil años sumergido en un dolor casi inconcebible. Cuando pudo abrir los párpados, lo primero que vio fue los ojos abiertos como plato de Linda, lo pálida que estaba, y que intentaba decir algo, aunque los nervios no la dejaban. Al mirarle la mano, por fin pudo soltar con voz temblorosa:

–Ay, dios mío, Kevin, te has hecho daño… ¡mira! –No sabía si las manos de la niña temblaban más que la suya al señalarle su dedo índice, donde la uña estaba tan amoratada que parecía negra.

–Tranquila, sólo ha sido un golpecito sin mucha importancia –comentó con la respiración entrecortada y la cabeza dándole vueltas.

–¿Sin importancia? ¿Tenías que verte la cara! De hecho, tienes que vértela ahora mismo. Estás sudando. ¡Tenemos que ir a la enfermería!

–Olvídalo. Soy un hombre muy sensible, y se me ha dañado la manicura. Eso es lo que más me ha dolido. Mejor saquemos las copias y vayamos a nuestras aulas –Linda sonrió con la broma, y aunque abrió la boca para decir algo, prefirió cerrarla al ver algo en la mirada del joven. Otro factor que Kevin nunca conoció, fue uno que estaba cerca de la máquina copiadora. Ninguno volteó a ver la alarma, y por eso no vieron titilar por un instante la segunda luz violeta, antes de volver a su estado habitual.

Una semana después, la uña seguía amoratada, y con temor, Kevin veía como múltiples venas azuladas iban subiendo por su dedo, extendiéndose por su mano para llegar hasta la muñeca. Por algún extraño motivo sólo él era capaz de verlo. Nadie le soltaba miradas nerviosas a su mano, y su madre, que detectaba cualquier cambio en su hijo a la primera, podía pasear la mirada sobre su mano cuando caminaban juntos, y hasta ahora, ni el ceño había fruncido. Lo peor para el joven eran las voces. Esa misma tarde en que la tapa hizo de las suyas con su dedo, comenzó a oír susurros lejanos, como si alguien estuviese hablando en voz muy baja varios metros de distancia. Esa misma noche tuvo la peor pesadilla de su vida. Por primera vez se despertó a media noche gritando, temblando de pies a cabeza, y con la mano latiéndole con violencia. Su madre incluso apareció tambaleante en su habitación, muerta de miedo y temblando tanto como su hijo. A pesar de sus trece años, lo fornido y lo pequeño de la cama, Kevin terminó de pasar la noche abrazado a ella como cuando era un bebé.

Una semana después, las pesadillas seguían noche a noche, y los susurros se iban convirtiendo en voces que comenzaban a ser audibles. Hasta ahora no comprendía muy bien lo que decían, pero lo que sí entendía a la perfección, es que se estaba volviendo loco. Los sueños tampoco terminaban de concretarse nunca. Jamás pasaban de ser episodios cargados de ira, fuego, violentas batallas, gritos y un pánico atroz, un terror indescriptible al ver cómo llegaba su fin. Ese terminaba siendo otro problema: No sabía el fin de qué.

Al oír a su madre trasteando en la cocina, se puso de pie y se miró fijamente en el espejo. En una semana sus músculos aumentaron de volumen a ojos vista. Su cabello comenzaba a tener un tono más oscuro, y según el metro de la escuela, había crecido seis centímetros de la nada. Esos detalles no pasaron por alto para su madre, y a pesar de guardar silencio, y bromear con que su niño se estaba convirtiendo en un verdadero hombre, a menos para él resultaba obvio que su madre estaba ligeramente preocupada. De ninguna forma podía considerarse normal que cualquier joven creciera seis centímetros en una semana, y todos, especialmente ella conocía los sucesos de hacía tres años, a menos los que se conocían de forma oficial. El miedo que veía en los ojos verdes de su madre era normal. La sola idea de que posiblemente se estaba convirtiendo en uno de ellos no hacía sino empeorar su descenso a la locura.

Al bajar a desayunar, como cada día, su madre le dedicó una amplia sonrisa, y como comenzó a hacer desde el lunes anterior, le lanzó una rápida mirada evaluadora. Eso le ponía los nervios de punta. No sabía que esperar, y siempre se quedaba casi petrificado, esperando que soltara un grito, o se echara a llorar. Kevin creía que de ocurrir cualquiera de esas cosas, no lo soportaría. Fuera de su gato y su querida Lisa, no tenía otra familia, ni seres queridos.

–Sí, ya sé que tienes un hambre espantosa –comentó Katrinna con su dulce voz al oír como el estómago de Kevin rugía con demasiada fuerza.

Con unas disculpas se sentó a desayunar junto a su madre, devorando los huevos con tocino, el pan y el café prácticamente de dos tragos. Katrinna lo contempló algo asombrada por un momento, antes de comentar con voz insegura.

–Creo que te estás desarrollando… muy rápido, hijo. Trataré de comprar más comida. Veré…

–No te preocupes, mamá –al colocar la mano sobre la de ella, pudo notar la diferencia entre ambas. Tenía todo el aspecto de ser capaz de partirle como palillos los delicados huesos. Al verle el rostro, supo que ella pensaba lo mismo–. Parezco un ogro comiendo, y en tamaño, pero tampoco debes matarte. Yo estudiaré y te ayudaré. Más nunca tendrás que buscar ningún trabajo donde te paguen mal, ni preocuparte por nada. Por eso ando muy distraído últimamente. Estoy en exámenes, y quiero salir bien para poder conseguir un buen empleo después –odiaba tener que mentirle, mas no pensaba decirle absolutamente nada sobre sus sospechas. Suficiente tenía ella sola como madre soltera como para además, sumarle un peso tan enorme si él realmente era uno de ellos.

–Con calma, hombrecito. Tu deber es prepararte. No te preocupes por mí. Ya sabré resolver…

–Eres mi madre. Todo lo que tengo. Siempre me preocupo por ti –y eso, no era ninguna mentira. Por un momento Katrinna abrió la boca como para decir algo, pero al final se conformó con reír y abrazar a su hijo. Luego lo ayudó a guindarse la mochila, aunque no era necesario, y lo vio alejarse. Una sola lágrima se deslizó por su mejilla, antes de prepararse para ir a su trabajo.

Si creía que las cosas no iban del todo bien para él, sin duda alguna, para Lisa estaban yendo incluso peor. Desde la distancia pudo notar que su pequeña amiga tenía un problema. Por suerte, las voces que susurraban estaban calladas, y no sentía ninguna punzada de dolor en la mano. No obstante, al detallar los gestos nerviosos de Lisa, de alguna forma sintió que algo dentro de sí contemplaba con el mismo interés a la niña. Por ello se detuvo un instante, tanto para darse cuenta de lo que significaba la nueva sensación, como para detallar lo que le parecía tan particular en su amiga. Tras reparar en el cabello de ella, de una rápida carrera llegó a su lado, y la mano se le quedó petrificada cerca de la cabeza rubia al ver la sonrisa nerviosa de la niña cuando por fin levantó el rostro para observarlo.

–Hola, gigantón. Estás un poco… acelerado hoy –algo estaba ocurriendo con Lisa. Seguía siendo la misma, pero…

–Su voz. Intenta ocultar su nerviosismo, o algo que la asusta… y no eres tú; y el brillo que vimos desde la distancia en sus ojos. No fue natural –ahora sí. Ya podía declararse oficialmente como un loco de atar. Las voces ya no susurraban, sino que ahora se entendían perfectamente, y emitían una opinión.

–¿Estás bien? ¿Ocurre algo? –Rápidamente la niña volteó y al notar que Kevin sólo la veía a ella y no a ningún monstruo, se pasó la lengua de forma nerviosa por los labios, antes de secarse el sudor que corría por su frente.

–La verdad, a mí no me ocurre nada –al mentirle a Lisa se sintió tan mal como cuando lo hacía con su madre, pero no pensaba decirle a su amiga que oía voces, y que algo se estaba apoderando de su brazo derecho, y por si no fuese suficiente, también ahora una voz emitía opiniones en su cabeza–. Pero a ti te veo mal-. Tienes una fiebre muy alta, y estás sudando mucho. Y te noto nerviosa. Debería acompañarte al hospital. ¿No estás mareada?

–No… en el hospital no saben qué tengo. Fui ayer, y me hicieron algunos análisis. Me mandaron un tratamiento, pero ni siquiera tengo una infección. Sólo… tengo mucho calor. Nada más –sin pensarlo, la joven se abrazó a Kevin y hundió el rostro en su abdomen–. Estoy asustada. No me quiero morir por culpa de una enfermedad extraña.

Kevin calculó que a menos la temperatura corporal de Lisa debía ser de unos cuarenta grados. En un instante también calculó que su corazón debía ir a más de ciento cuarenta latidos por minuto. La idea de que su querida amiga muriera le provocaba un estado de pánico que incluso superaba a las voces y al miedo que sentía en las pesadillas. Cada uno, en su propio hogar estaba sufriendo dificultades, y aunque no quería sacar ninguna conclusión precipitada, creía que los problemas, en el mejor de los casos no estaban sino empezando. Con delicadeza acarició el mechón de color naranja que adornaba la cabeza de su amiga, antes de parpadear un par de veces.

–Ni pienses en eso, pequeña. No te morirás por culpa de ninguna enfermedad extraña. Aparte del calor… ¿has sentido algo más? Tampoco sé para qué lo pregunto. Si en el hospital no detectaron nada, imagina lo que puedo decirte yo.

–No importa. Sólo siento mucho calor, y mucha hambre. En poco me pareceré a ti –con delicadeza Kevin limpió el sudor de la frente de Lisa, antes de comentarle:

–No sabía que ibas a pintarte el cabello. Me gusta cómo te queda –allí estaba. La reacción de su amiga no fue la que cabía esperarse. Primero miró el suelo, y luego se acarició el cabello, como si no pudiese creer que lo tenía pegado al cráneo. Al ruborizarse, su piel tomó un color naranja, antes de quizá darse cuenta que el tono no era el correcto. Después cambió a un rojizo adecuado, aunque la mente de Kevin funcionaba a toda máquina, y la conclusión a la que llegó… hizo que su corazón acelerara un poco su ya desembocado ritmo.

–Quise… darle un poco de estilo –a pesar de asegurarle que le gustaba, Kevin supo al instante que Lisa le mentía, y que como a él, algo le estaba ocurriendo.

Las siguientes semanas fueron un auténtico tormento. Por pura suerte logró superar dos evaluaciones con una calificación bastante lamentable. Su atención en los deportes decayó por completo, y llegado el jueves, tuvo que admitir que un retiro forzoso del equipo de baloncesto sería lo mejor. Para acatar su atención, los maestros se veían obligados a repetirle las cosas dos o tres veces, y por lo general, solían ser sus amigos los que con un empujón lo ayudaban a centrarse. El color negruzco de su uña por fin desapareció el viernes, pero ahora, quizá su sangre, o algún tipo de infección corría libremente por su brazo. En ocasiones llegaba a marearlo con las formas geométricas que formaba y el parpadeo intermitente que lo hipnotizaba por completo. La acidez estomacal y el hambre que sufría en más de un momento lo llevaron a quedarse privado, siendo incapaz de mover un dedo, y preguntándose qué demonios le ocurría, y si bien conocía la respuesta a su pregunta, prefería ignorarla y pensar que estaba sufriendo otro mal. Lo peor, eran sus sueños y las voces.

Después del encuentro con Lisa esa mañana, las voces dejaron de ser múltiples susurros para transformarse en una sola voz extraordinariamente profunda, temible, repleta de ira, fuerza, poder capaz de generar el miedo más profundo. Solía aparecer de la nada realizando preguntas que no sabía contestar. A veces mencionaba sucesos de supuestas guerras, batallas… y lo que le aseguraba el hecho de estar volviéndose loco, es que hablaba de un mago y lo que hizo para salvar la magia.

Los momentos que le ayudaban a desahogarse normalmente eran esos cuando se quedaba solo en casa, con la música a tope y las ventanas bien cerradas. En esas ocasiones gritaba, golpeaba el suelo, le pedía a la voz que se callara, y en su desesperación, más de una vez llegó a golpearse repetidas veces la cabeza contra la pared. Por algún motivo los moretones desaparecían con rapidez, y el dolor quedaba mitigado en pocos segundos. Cuando esto ocurría, las extrañas marcas en su brazo derecho parpadeaban a una velocidad aterradora y se extendían más allá de su hombro. Por si fuera poco, su amiga había dejado de ir al liceo, ya que su estado persistía, y los doctores preferían mantenerla en reposo, para evitar un posible colapso. Solían comunicarse a través del teléfono, mensajes y los chats de las redes sociales, pero la ausencia física de su compañera realmente le pesaba. Toda una vida conociéndola, compartiendo con ella durante todo el año, y algo que se repetían a menudo, es que seguiría siendo así hasta el día de su muerte. Si ambos continuaban con esos estados de salud, esta llegaría más pronto de lo pensado.

Por su parte, Katrinna Kares hacía hasta lo imposible por dominarse, calmarse y levantarse día a día. Aunque sonreía ampliamente, caminaba con la misma energía y realizaba su trabajo de forma impecable, por dentro moría lentamente. Sabía lo que le estaba ocurriendo a su hijo, y no podía hacer nada para evitarlo. Además, la mejor amiga de Kevin estaba sufriendo un mal similar, y eso empeoraba las cosas. Para ella la niña era una hija más. En su casa su presencia terminaba de darle vida a su hijo, y a ella misma, por lo que saber que su… salud en el mejor de los casos estaba atravesando un momento crítico, únicamente ayudaba a que sufriera lo indecible. Sin embargo, seguía preparando la carne como a su hijo le gustaba, el café sin azúcar y las panquecas con mermelada y queso que tanto adoraban. Los fines de semana, a pesar de lo distraído, seguían sentándose frente al televisor para disfrutar de un par de películas, y realizaban video llamadas con Lisa, que a pesar de verse un poco… naranja, parecía gozar de la misma dulzura y energía de siempre.

–Supuestamente, parece que el desarrollo me ha afectado de una forma… diferente a lo normal –explicaba en ese momento a Katrinna y Kevin desde su habitación–. Según los médicos, el metabolismo se me ha acelerado de una forma horrible, y por eso mi temperatura corporal y el hambre espantosa que tengo.

–Eh, hijo, a lo mejor tienes algo parecido –dijo al instante Katrinna haciéndole un guiño a Lisa–. Está comiendo como una manada de cerdos. Ya me tiene preocupada. A veces creo que me comerá a mí –al instante se echó a reír cuando Kevin le mordió la oreja, haciendo sonidos como un cerdo.

–Qué puedo esperar de esta vida cuando mi madre me llama cerdo. Fuera de broma, debería visitar el mismo médico. No me he sentido muy bien del todo, como ya les he explicado. Eso del metabolismo y el desarrollo puede tener algo de sentido con todo esto que me está pasando –ese fue el momento en que la voz decidió hablarle de nuevo, provocándole un sobresalto.

–No es ningún metabolismo, y lo sabes. Conoces mi identidad, y ese es tu verdadero problema, humano –desde su casa, y a su lado, Lisa y Katrinna lo contemplaron nerviosas al ver el salto que dio en la silla. Por suerte, ese día tenía la mente despejada, y el cuerpo sin dolores, ni acidez, ni pesadillas.

–Se me acaba de ocurrir… ¿y si me estoy transformando en un zombi? –Por dentro se felicitó con la improvisación. A menos ambas comenzaron a reír.

–Zombi o no, igual les tengo una buena noticia. A menos para ti será mejor que para tu mamá: ¡Ya puedo ir de vuelta al liceo y seguir con mi vida! Así que mañana mismo iré a visitarla, y para no acabar con su nevera, llevaré comida para preparar. Sigo con un hambre infernal.

Después de casi un mes de suplicios, por fin podía irse a la cama con una amplia sonrisa, realmente feliz. Lisa volvería a clases, a visitarlo, y a compartir con él y su madre los fines de semana. También podía ir a su casa, y de todo corazón esperaba que ninguna voz lo molestara. Incluso su madre se despidió de él con una amplia sonrisa que no ocultaba de ninguna manera lo contenta que estaba. Después de todo, si la muchacha se encontraba mejor, quizá su hijo en poco también.

Al día siguiente se sentó en el borde de la cama, diez minutos antes de que el despertador sonara. Ese día se cumplía un mes desde el momento en que una máquina fotocopiadora cambiara su vida por completo. Cuando el despertador comenzó a romperle los tímpanos con su estruendo, de un manotazo lo silenció y como de costumbre se asomó por la ventana para ver como su mamá regaba las plantas del jardín. Rápidamente se metió en el baño y se contempló por un largo momento en el espejo, detallando lo mucho que lo que ahora llamaba tatuaje había crecido.

De un moretón bastante desagradable pasó a ser una figura que cambiaba de forma constantemente. La mayor parte del tiempo solían ser líneas y extrañas figuras tribales. Los dibujos geométricos estuvieron la primera semana, mas los últimos cinco días fueron tan aterradores como sus pesadillas. En ese preciso instante el tatuaje se movió por su cuerpo, y en el dorso de su mano derecha se formó un cráneo reptílico, desde donde un ojo con la pupila vertical lo contempló fijamente por algunos segundos. Por suerte, nadie más era capaz de ver sus marcas en movimiento, y el primer día que vio el ojo formarse, fue el único día en que gritó con todas sus fuerzas, que a esas alturas no eran pocas. La torpe explicación que dio a su madre es que vio un fantasma en el espejo, y que lo aterró de una forma imposible de describir. Sirvió como excusa y hasta ese día, era lo que Katrinna seguía creyendo.

Cuando el ojo desapareció, Kevin fijó nuevamente la mirada en el espejo, sintiendo que ese día… algo estaba yendo… quizá mal. No entendía el motivo. Su amiga se encontraría con él en pocos minutos, y tenía la cabeza lo suficientemente lúcida. A menos la voz no estaba hablando sola, ni soltándole recuerdos carentes de todo sentido. Ahora que pensaba en los sentidos… estos se agudizaron de forma casi dolorosa en los últimos seis días. No obstante, esa mañana parecían estar normalizados, o a lo mejor, ya se estaba acostumbrando a la saturación que generaba el percibir tanta información. Seguía engañándose con cualquier mentira que le ayudara a explicar lo que su cuerpo sufría, pero al ver los iris azules que le devolvían la mirada desde el espejo, supo que no podía mantener el engaño por mucho más tiempo: era uno de ellos.

–Quién lo diría. Parece que vas a ver a Lisa –comentó Katrinna cuando Kevin entró en la cocina donde el desayuno ya estaba servido–. Y veo que te has colocado las lentillas azules. ¿Las compraste para seducir a Lisa? Creo que ni falta te hacen.

–Algo así –murmuró tratando de ocultar su vergüenza con una pose de dios griego–. ¿Qué tal me veo?

–Espectacular. Eres mi hijo, así que no puede ser de otra forma. A lo mejor se te fue la mano con el perfume. Entró primero que tú en la cocina. El peinado me gusta. Y aunque tengo que comprarte una camisa más grande, esa así de ajustada está perfecta. Pareces un modelo con esos músculos –con una sonrisa pícara, Katrinna miró a su hijo por un momento antes de agregar–. Espero que Lisa no tenga problema con que viva con ustedes cuando se casen. A diferencia de su madre, yo estoy soltera, y para mí es normal tenerla por aquí. Prometo que no seré una suegra entrometida...

–¡Mamá! –¿Cómo no quererla?

Desde que tenía memoria, su madre siempre estuvo a su lado. Nunca había conocido a su padre, y la verdad, ni falta hacía. En más de una ocasión se preguntó cómo sería tener hermanos, abuelos, o cualquier familiar. Por algún motivo que su madre jamás le reveló, se encontraban solos en el mundo con una que otra amistad. Para él, Lisa era la más importante. Tampoco podía negar que apenas contaba con  trece años y su amiga con once, mas desde siempre sintieron una gran unión. Ni siquiera cuando él pasó a la secundaria dejó de buscarla en la esquina del kiosco, ni dejó de protegerla cuando fue necesario, y menos aún dejó de visitarla en los recesos, pasando por alto los comentarios de sus compañeros. A más de uno llegó a cerrarle la boca de un puñetazo, y viniendo de Kevin Kares, eso no era una buena experiencia.

Por su parte, Katrinna apenas conocía a una que otra vecina, y se comunicaba, o salía de fiesta con alguna de sus compañeras de trabajo de forma ocasional. Nunca, a menos que él supiera, había tenido una pareja, y por lo visto, tampoco estaba interesada en una relación. Con la madre de Lisa parecía tener una buena amistad, porque más de una vez se instalaban a charlar por una hora o más. Fuera de eso, su madre era una de las mujeres más tranquilas y adorables que conocía. Ahora que se disponía a salir al liceo, al verla de pie allí en la puerta, con el cabello en llamas gracias a la luz del sol, y los ojos verdes fijos en él, sintió más que nunca la enorme conexión y amor que los unía. Con sus veintisiete años, Katrinna estaba en su mejor época, hermosa, radiante… y por desgracia, con unas pequeñas arrugas de preocupación en el rabillo de los ojos. Las disimulaba bastante bien. Ahora que tenía la mente lúcida, podía notarlas sin problema. Por ello creyó que ese era el momento en que debía sincerarse con ella. Posiblemente su vida cambiaría en poco junto a la de Lisa, y de ninguna forma pensaba dejarla atrás.

–Mamá, quiero que sepas que te amo –le dijo plantándole un sonoro beso en la frente, apretándola contra sí en un abrazo casi demoledor–. Sé que he estado un poco extraño en los últimos días, pero es por mi salud, la de Lisa… y otras cosas que he estado pensando.

–Hombrecito, te he dicho que estás muy joven para preocupaciones –comentó su madre acariciándole el rostro, apenas conteniendo la emoción–. Estoy para ti. Cuando quieras hablar, sólo tienes que decírmelo. Ya sé que estás en edad de ser un chico muy malo, rebelde y todo eso; a pesar de ello, no dejas de ser mi hijo, y cuando desees decir algo… alguna duda que tengas, habla conmigo. También soy tu amiga. No me casaré contigo como Lisa, pero…

–Nunca dejarás de tomarme el pelo con eso, ¿verdad? –Preguntó con un fingido suspiro de exasperación.

–La verdad, no. cuando se casen ya veré. Supongo que comenzaré a molestar con tener un par de nietos.

–Hablaremos esta noche, mamá. Debo comentarte algo sobre esas cosas que he estado pensando –y tras decir eso, Kevin se despidió de su madre. De seguir allí, nunca partiría al liceo y soltaría de un tirón cuanto sentía… y aunque pensaba contarle todo a su madre, ese no era el momento indicado.

Katrinna lo contempló desde la puerta, y cuando este se volteó para saludarla antes de cruzar en la esquina, ella le lanzó un beso junto a una deslumbrante sonrisa. Cuando se perdió de vista con su andar seguro y despreocupado, el rostro de la mujer sufrió un cambio repentino. Cualquiera que la hubiese visto en ese instante se habría detenido a pensar si en realidad era la misma mujer. Toda sonrisa, calidez, amor y felicidad desapareció como si nunca hubiese existido, siendo reemplazado por una seriedad y preocupación espeluznante.

Con dureza cerró la puerta y con un tembloroso suspiro reposó la frente sobre la nevera. Después abrió uno de los armarios y extrajo un objeto cuadrado que dejó caer en el suelo. Las dos luces violetas se habían apagado, y ahora el artefacto seguía con una luz intermitente del mismo color. Con rabia aplastó el objeto con el pie hasta reducirlo a un montón de trozos irreconocibles, para luego dirigirse al teléfono y marcar con la misma violencia un número.

–Buenos días, Corina –con decisión abrió una gaveta y después de rebuscar por un momento, extrajo del fondo de un compartimiento secreto una pistola de color negro–. ¿Lisa ya salió? Mi hijo lo hizo hace un minuto –después de oír la respuesta, suspiró, se apoyó sobre el mesón de la cocina y dijo–: Es momento de sincerarnos por completo. Tú y yo sabemos qué les ocurre a nuestros hijos, y también sabemos lo que les ocurre a los que son como ellos. Lisa y Kevin conocen su situación, porque mi hijo ya… me dijo que quiere hablar conmigo. Hoy vi una decisión en su mirada que en el último mes no estaba allí. Es hora de reunirnos y planear lo que haremos; son una bomba de tiempo, y lo sabes. Por nada permitiré que ningún gobierno haga con mi hijo lo que quiera. Y eso pensé, que tú tampoco lo consentirías.

De camino a la única esquina que podía decir que adoraba, Kevin iba pensando sobre su futuro. Como bien hacía en repetirle su madre un día sí, y de vez en cuando también, a veces se apresuraba demasiado en las cosas; por eso que le llamara hombrecito, y esa era una broma entre ambos. No obstante, su situación por mucho se alejaba a la de cualquier joven, y por más que quisiera lo contrario, ya no estaba entre los adolescentes normales. Esa mañana algo en su interior prácticamente terminó de encajar en su lugar, y estaba seguro que tenía mucho que ver con el color de sus ojos, la ausencia de los terribles gases y la acidez que creyó que lo mataría, y el descenso en la intensidad de las pesadillas. De alguna forma sentía que el tatuaje y él comenzaban a ser uno solo. Sabía perfectamente que aún faltaba un tiempo para que terminara de comprender su situación, mas estaba seguro que ese día había dado un paso significativo adelante. Además, Lisa volvía a salir, y junto a su madre, esperaba que pudiesen servirle de ayuda. Eso hasta el momento en que la vio a la distancia, y supo que su amiga y él estaban en un serio problema.

A pesar del miedo que atenazó con fuerza su corazón, sin dejar de sonreír corrió hasta donde su amiga le esperaba. No prestó atención a los detalles que la voz le susurró en la mente en cuanto al aspecto físico de la niña. Lo único que quería era apretarla en un abrazo, y exactamente fue lo que hizo.

–Ten cuidado, animal –dijo la niña sin dejar de reír al sentir como Kevin la cargaba y depositaba de vuelta en el suelo–. Cada día te pareces más a un… troll. Hasta tus músculos parecen piedra. Un día de estos te abrazaré y me partiré la nariz.

–No estaría mal. Así te rebajo un poco el puente de la nariz, para que te quede mejor. Y por lo que veo, ya no tendré que sujetarte por manos y pies para estirarte un poco. Si no me equivoco, estás más alta. Ya no eres tan enana. Ahora eres pequeña –comentó mirando a su amiga de arriba a abajo–. Veo que te has teñido más el cabello. Me gustan tus mechas naranja. De hecho, pareces una naranja. ¿Me dejas exprimirte? Aunque si lo pienso bien, más bien te vas pareciendo a una bola de fuego.

–Para nada. Y… oye… ¿y esas lentillas? –Por lo visto, el truco funcionó, aunque Kevin no estaba seguro. La evasiva de Lisa fue bastante… obvia para su gusto.

–Las compré la semana pasada. ¿Qué te parecen?

–Me gustan. Te ves muy bien. Ahora tendrás a Rebecca encima de ti –aunque había pasado un mes desde la última vez que vio a su amiga sonrojarse, la forma en que lo hizo seguía vívidamente en sus recuerdos. Ahora, al verla de nuevo, se preguntó una vez más qué clase de cambio estaba sufriendo. Sus iris incluso parecían más… naranja, como su cabello, y tras tomar el mismo color en las mejillas, luego cambiaron al rojo normal, como si su cuerpo se diera cuenta demasiado tarde que ese no era el tono correcto.

–Ni te preocupes por eso. Ya puede creer lo que quiera –y sin detenerse a pensarlo, entrelazó los dedos con los de su amiga y comenzó a caminar al liceo. Ese día… ese día sentía que podía comerse al mundo… siempre y cuando ignorara el puño que le apretaba el pecho, asegurándole que el mundo también podía comérselo a él.

Al llegar al liceo y ver las miradas que le lanzaron, si se podía, eso hizo que Kevin sacara más el pecho. Por supuesto, Lisa no se estaba llevando la mejor parte con los puñales que le lanzaban las demás niñas por los ojos. Aunque saludaba y sonreía a sus amigos y profesores como de costumbre, un sexto sentido le dijo que debía tener cuidado. Algo extraño ocurría, y por su propio bien y el de su amiga, debía estar atento. Con disimulo paseó la mirada a su alrededor, mas a simple vista, nada fuera de lo común parecía estar esperándolo.

–Una pregunta –y con el semblante de Lisa, el corazón le dio un vuelco–. ¿Esas lentillas de qué tipo son? ¿Radioactivas que se recargan con el sol? Lo digo porque están… brillando un poco. Como esas cosas que lo hacen en la oscuridad. Aunque es de día. Por eso te pregunto.

–El dependiente me dijo que eran muy modernas –respondió tras soltar el aire que estaba aguantando. Por un momento creyó que Lisa le preguntaría algo sobre un tatuaje que cambiaba de forma en su rostro, pero hasta ahora, seguía siendo invisible–. Me aseguró que para un joven como yo irían perfectas. No me imaginé que pudiesen brillar así. ¿Cómo se ven?

–Bastante… llamativas. Deberías mirarte al espejo.

–Lo haremos cuando te deje en el tercer piso. Recuerdo que hoy te toca dibujo técnico allí –a decir verdad, no quería apartarse de su lado. Con cada paso que daba y se adentraba más en el enorme liceo, la sensación de que algo ocurría no hacía sino empeorar. Con un saludo, Kevin se despidió de Lisa y al dar varios pasos, la voz en su mente lo hizo detenerse.

–Detente. Regresa junto a tu compañera –No necesitó preguntarse nada. Simplemente dio media vuelta para alcanzar a Lisa, la cual estaba siendo sujetada por los cabellos en ese instante.

–¿Ahora qué? ¿Te llamas mechitas? Te ves ridícula.

Con lágrimas en los ojos, Lisa intentaba quitarse de encima a Rebecca, la cual la sujetaba con fuerza por los cabellos. Aunque la niña de alguna forma sumó varios centímetros en el último mes, Rebecca seguía siendo más alta y fornida. Por suerte para Kevin, y más para la joven, una mano de piel morena apareció de la nada y le sacudió una violenta bofetada a Rebecca, enviándola al suelo. Con total calma, y sin dejar de tomar chocolate de cartón, Linda King se plantó junto a Lisa, mirando con total indiferencia a Rebecca.

–Debería darte vergüenza. Y también deberías darme las gracias porque te pegué con la mano abierta. Y porque fui yo y no Kevin la que te puso en tu lugar, puta igualada –Linda soltó todo aquello con la misma calma e indiferencia casi aburrida, dejando por fin de tomar del cartón. Roja de la rabia y del bochorno, Rebecca se puso de pie para mirar a Kevin, el que apenas podía controlar la ira. Temblando de pies a cabeza el joven se acercó hasta Lisa, le acomodó el cabello, le dio las gracias a Linda, fulminó a Rebecca con la mirada y se retiró lo más rápido que pudo, porque en ese momento se sentía capaz de matarla.

Al meterse en el baño, dos niños que utilizaban los lavamanos voltearon a verlo; algo en su mirada, o tal vez en su postura en general los hizo palidecer. Por ello quizá  prefirieron salir cuanto antes y dejarlo solo. Cosa que agradeció enormemente, porque el puñetazo que descargó contra la pared partió la cerámica. Además, tenía que hablar con alguien, y eso únicamente podía hacerlo a solas.

–Sé que me oyes, y quiero que me expliques porqué tengo los ojos así. ¿No es suficiente con que hayan cambiado de color? ¿Es necesario que brillen de esta manera? ¿Y esas imágenes masacrando a Rebecca? No soy así. Nunca lo he sido, y esto que me ocurre tiene algo que ver. Estoy seguro. ¡Maldición, responde! –El siguiente puñetazo hizo añicos otra cerámica, y como venía ocurriendo últimamente, la voz se hizo oír en el interior de su cabeza, como si penetrara a través de todos sus sentidos.

–Es parte de tu desarrollo, Kevin. No podemos hacer nada. Estás madurando, y tu cuerpo se está adaptando.

–¿Qué demonios eres? Hace un mes que… me estoy transformando, y nunca respondes mis preguntas. Soy uno de ellos, ¿verdad?

–Tú estabas madurando, y yo recordando. No podía responderte, porque debía comprender algunas cosas. Anoche terminamos de… unirnos casi por completo, y por eso hoy tus sentidos logran entender de mejor manera la información que reciben, y por eso te sientes… despejado. Sí, eres uno de ellos, pero en nuestro caso, la situación va mucho más allá. No serás un igual. Entre sus poderes, serás temido, y para eso estoy aquí. Te ayudaré. Seré… soy parte de ti. No preguntes nada sobre ella; conocerás todo en su momento. Es hora de que vayas a lo que llamas clases. No debes levantar sospechas. A menos, no más de las que ya levantas.

Por un largo rato Kevin se estuvo contemplando en el espejo, detallando el azul intenso de sus ojos, los músculos que brotaban casi por todas partes de su cuerpo, su cabello que parecía sangre espesa… y a pesar de todo, del aire violento que de alguna forma sentía que estaba teniendo, algo del antiguo Kevin seguía allí. Joven, despreocupado, algo pícaro… y sin duda alguna, tranquilo. Una sola vez asintió para sí mismo, porque esa parte de él estaba viva, y haría hasta lo imposible porque permaneciera así.

Las palabras de la profesora de historia se grababan a fuego en su cabeza, haciéndolo sentir... capaz de recordarlo para siempre. A menos podía verle algo positivo a su tatuaje, y es que los sentidos agudizados parecían incluir una atención a los detalles realmente sorprendente. Por ejemplo, mientras oía a la profesora, podía notar que dos filas más allá, Carolina escribía algo en su cuaderno con demasiada lentitud como para ser anotaciones de la clase. Más de uno estaba bostezando, y con total seguridad, la mirada que sentía en el cuello, casi atravesándolo debía ser de Rebecca. Esperaba no quedarse a solas con ella, porque se sentía capaz de partirla en dos, comer su carne y…

–Kevin… ¿podrías explicarme qué tienes en los ojos? –Al volver a la realidad y sacar de su mente una escena realmente sangrienta, con el corazón desbocado se dio cuenta que todos tenían su atención fija en él, tanto como la de la profesora Irene.

–Lo siento. Son mis nuevas lentillas. El dependiente me dijo que eran muy modernas, perfectas para un joven como yo. ¿Le gustan? –Lanzó una sonrisa encantadora a la profesora, y de la forma en que esta se la devolvió, a menos sabía que su encanto seguía sirviendo como fuente de disuasión.

–Diría que están… demasiado modernas. Ese brillo es un poco llamativo. Te diría que te las quitaras. Se ven muy bien, pero creo que se ve mejor tu color almendra –luego,, el timbre anunció el receso, aunque con un gesto, la profesora le pidió a Kevin que esperara. Eso lo salvó de ver el gesto decidido con el que Rebecca abandonó el aula–. Últimamente te he notado muy… distraído, Kevin. Aunque eres el típico guapetón, no tienes la cabeza llena de aserrín, y sí, te estoy hablando como amiga y no como maestra. Hoy te veo como el de siempre, aunque esas lentillas… y ese color de cabello. Está algo oscuro.

–Ha sido un capricho, profesora –se apresuró a responder, pasándose las manos por el cabello, intentando tejer una mentira con la mayor naturalidad posible–. Digamos que he… tenido algunas preocupaciones y para distraer mi mente, hice unos pequeños cambios en mi aspecto físico. Sí, suena tonto, pero fue lo que se me ocurrió en el momento.

–Es algo que hemos notado. Muchos te tienen gran cariño y realmente se han preocupado por ti. ¿Tu madre se encuentra bien? ¿Tú? Lisa también estuvo muy enferma y vi que se ha pintado unas mechas naranja muy llamativas. Diría que hasta se han puesto de acuerdo en estas cosas –¿Era posible? La sonrisita de la profesora  parecía copiada a la de su madre cuando hablaba de matrimonio con su amiga.

–Eso me tuvo de cabeza –admitió Kevin con un suspiro–, pero no es todo. Mamá está muy bien, pero según ella, es que me apresuro mucho. En cuanto a Lisa… me gusta su aspecto. Se ve hermosa, aunque la verdad, nunca nos hemos puesto de acuerdo para darnos un aspecto distinto. Conexión, me atrevo a decir.

–Que hermoso. Sí, creo que conexión es un término adecuado. Debes tomarte las cosas con calma. Estamos dispuestos a darte una segunda oportunidad en tus exámenes si estás interesado. El entrenador también estaría encantado si volvieras a la cancha. Desconozco por completo tu horario de clases, pero es lo de menos. Si quieres, podemos echarle un vistazo para aprovechar un poco tus tiempos libres...

–Deja la charla. Algo ocurre. Sal de aquí –la voz atronó con tanta fuerza en la mente de Kevin, que incapaz de contenerse se puso de pie, mirando en todas direcciones. Asustada, la profesora también se levantó derribando la silla, aferrando al muchacho por los brazos.

–¿Te encuentras bien? ¿Qué te ha pasado? ¡Me has dado un susto de muerte! –no es la única, pensó en soltarle, aunque en su lugar dijo otra mentira que en el último mes, parecía sacarlas de todas partes:

–Para nada. Estoy bien. Me pareció oír algo a la distancia, y no estoy seguro de…

–Creo que ahora sí lo estás. Más te vale que te muevas. Estamos en problemas –y vaya que lo estaban.

La maestra se quedó petrificada con la boca en una O perfecta cuando comenzaron los gritos después de que una explosión hiciera temblar las paredes. Kevin supuso que en las películas exageraban un poco. Ahora que podía escuchar a centenares de niños chillando al unísono, supo que nada podía prepararlo para algo como eso. El miedo corrió libremente por sus venas, y el corazón por poco no le explotó al oír la espeluznante sirena. La que tantos adultos odiaban y temían, e incluso, la que muchos niños jamás habrían deseado oír con su nota larga subiendo de tono, y las tres repetidas: Ellos estaban de vuelta, y la comprensión de ese hecho se abría paso rápidamente en los pensamientos de la profesora. Cuando salió corriendo gritando a todo pulmón, Kevin fue detrás de ella, aunque con un propósito diferente. Después de todo, no podía huir de sí mismo.

En los pasillos el caos era absoluto. Los niños intentaban bajar las escaleras, y por lo que podía ver, más de uno lo había hecho de la peor manera posible. Ya la sangre corría, habían heridos de consideración, y ni siquiera se podía ver a uno de ellos por ninguna parte. Por lo visto, el cuarto piso era el núcleo del problema, y a pocos metros de él, cerca de donde un mes atrás una fotocopiadora le cambiara la vida, la alarma brillaba con una luz cegadora de color rojo, al tiempo que tres luces violetas permanecían encendidas. Poco le importó, ya que acababa de recordar que su querida Lisa estaba allá, justo en el cuarto piso.

–Algo peligroso se acerca, pero no comprendo –murmuró la voz en su interior, aunque al instante se distrajo cuando vio a tres de sus compañeros de equipo venir a toda carrera hasta donde se encontraba.

–¡Kevin! Tenemos que salir de aquí cuanto antes. Mira, la alarma ha despertado y… –en otro momento habría encontrado cómica la escena que vino a continuación.

Los tres frenaron de golpe a pocos metros de él, como si se hubiesen estrellado contra una pared invisible. Por un instante permanecieron allí de pie, mirándolo con terror, antes de comenzar a dar algunos pasos tímidos hacia atrás, negando con la cabeza.

–Vamos, chicos, no… –tras murmurar una maldición, supo el motivo por el cual sus amigos actuaban de esa forma. Por fin los tatuajes eran visibles, y lo hicieron de una manera francamente llamativa, casi hipnótica, cambiando constantemente.

Con un grito de terror, sus amigos, sus compañeros de equipo, juegos, bromas y estudios dieron media vuelta y salieron corriendo, uniéndose a la estampida general. Kevin jamás imaginó que verlos de esa forma, huyendo como si el propio demonio los persiguiera iba a dolerle tanto. A pesar de que en el último mes poco a poco fue aceptando que podía convertirse en uno de ellos, inocentemente pasó por alto un gran detalle: El resto del mundo. Gracias a los sucesos de hacía tres años, el planeta entero temía a los jóvenes como él, y con todo motivo. No obstante, eso no ayudaba en nada. Sentirse rechazado… un nuevo grito lo sacó de sus cavilaciones, y al darse la vuelta, el dolor dio paso a un sentimiento de horror.

Chillando a todo pulmón Rebecca venía bajando las escaleras del cuarto piso… envuelta en llamas y sufriendo lo indecible. En su mente, la voz murmuró una serie de cosas que a Kevin poco le importó. Su atención estuvo fija en la antorcha viviente que era Rebecca, antes de que esta se estrellara contra la pared, para luego caer al suelo donde dejó de moverse un momento después. El olor a sangre chamuscada y algo más que prefirió pasar por alto le afectó de gran manera, aunque nada como lo que contempló al fijar la mirada en la persona que espantada y completamente desnuda lo observaba desde el cuarto piso.

–Lisa… eres uno de ellos –nada más se le pasó por la cabeza. Se sentía incapaz de pensar, hablar, incluso sentir. Lisa, su amiga, su… otra mitad

–No… no quise esto. Y tú tampoco. Somos como ellos –por supuesto, Lisa podía ver perfectamente su aura, de la misma forma en la que él observaba la suya, del color del fuego.

–No está equilibrada –comentó la voz en su mente–. Por eso ha hecho estallar el colegio. Y por eso mató a la chica. Es un peligro.

–Como si yo no lo fuese. Además, es mi amiga –al colocar un pie sobre el primer escalón, Lisa retrocedió un paso, negando con demencia.

–No… lo mejor será que no te acerques. Sé que… por favor, Kevin. Soy un peligro –una nueva explosión hizo estremecer el liceo, y con una sonrisa nerviosa, la pequeña comentó–: Siempre dijimos que estaría bien si pudiésemos hacer arder el liceo, ¿no? Pues… ya lo he hecho. Hicimos realidad nuestros sueños…

–Está luchando –y si Kevin no estaba entendiendo mal, la voz sonaba francamente admirada–. Su fuerza de voluntad es enorme. Un don como el de ella no es fácil de controlar.  Si lo hace, tendrá un poder tan exorbitante como el nuestro.

Por un momento la niña se estremeció, como si estuviese sufriendo un dolor atroz. Varias llamaradas salieron de sus manos, reventando una parte de las escaleras, agrietando las paredes y el techo. Su cuerpo se envolvió en llamas y a pesar de la distancia, Kevin tuvo que retroceder varios pasos por culpa del calor. Un momento después, Lisa volvía a aparecer, todavía desnuda, con el cabello repleto de mechones naranja, y con lágrimas de fuego cayendo desde sus ojos.

–Intento controlarlo, pero creo que todavía me falta mucho. Lo siento, Kevin. Me gustaría quedarme contigo, pero… no quiero hacerte daño. Quiero… tengo la esperanza de que nos volveremos a encontrar. Por ahora... –lo último que vio de Lisa fue su piel tomando el color naranja por el que la recordaría a partir de ese momento, antes de convertirse en una llamarada que se alejó en el cuarto piso. Una nueva explosión estremeció el liceo y varias grietas aparecieron en las paredes. Al darse la vuelta para huir, Kevin y la voz se dieron cuenta que sus problemas apenas comenzaban.

–¡Una Skiralia! –Kevin no tenía ni la más mínima idea de qué era eso, pero si la voz estaba tan sorprendida, incluso asustada, es que el significado de ese nombre debía ser problemas.

Ya no era suficiente con perder a sus amigos, ver a Rebecca ardiendo, descubrir que realmente junto a su querida Lisa era uno de ellos, y en líneas generales, sentirse de la peor forma posible. Ahora contemplaba a una chica que tenía todo el aspecto de haber salido de una serie japonesa. Su cabello pintado con mechones violetas y fucsias, la ropa algo colorida y fuera de cualquier moda, o incluso, cualquier gusto racional, y sus posibles quince a dieciocho años no mostraban de ninguna forma un peligro que fuese capaz de provocar una reacción semejante en la voz. Y ahora que prestaba atención a lo que murmuraba en su mente, los latidos de su corazón se dispararon al máximo, tanto como su miedo, al notar lo que bailaba en los ojos de la chica.

–Hola, polimorfista. Es un gusto conocerte.

–Nos ha estado espiando. Este despertar en nosotros no ha sido normal –eso terminaba de completar el cuadro perfecto para hacerlo enloquecer. Ahora todo, según la voz, y si no estaba entendiendo mal, era el resultado de una conspiración–. Percibo otra aura que ha despertado, aunque es menos potente. Y esta chica también es una polimorfista. Me sorprende ver lo que es.

A Kevin no lo sorprendía, sino que aterraba a partes iguales. Los ojos de la chica eran idénticos a los de un león, y la locura, maldad y crueldad refulgían en ellos de una forma indescriptible. Su indiferencia fingida no lo calmaba en lo más mínimo. Menos cuando se acercó hasta el cadáver de Rebecca para patearlo con despreocupación. Jamás negaría que la difunta chica provocó en él toda clase de sentimientos de rechazo, pero el que pateara su cuerpo de esa forma le resultó… ofensivo.

–Tu amiguita es un auténtico peligro. Mira nada más como ha dejado a tu envidiosa enamorada. Si mi olfato no me engaña, allá arriba tuvo que matar a menos a sesenta niños. Ni qué decir con todas esas explosiones y el enorme incendio. Dudo que este liceo quede muy bien después de todo esto.

–Hablas mucho y no tengo ni idea de quién eres, así que mejor cada uno se va por su lado y… –la joven ni dejó que terminara de hablar cuando comenzó a negar con la cabeza.

–No, mi querido amigo polimorfista… aunque debería decirte mejor… hermano polimorfista. No me importa tu amiguita en llamas y el otro psicópata de plata; me interesas tú y el peligro que representas.

¿Peligro? Eso realmente era nuevo. Kevin debía admitir que a la hora de repartir puñetazos, sí que podía ser un peligro. Dos años atrás se metió en un buen problema al partirle las costillas a un pequeño imbécil que se metió con Lisa, y por supuesto, por nada perdonó eso. Un golpe bien dirigido y con demasiada furia prácticamente le pulverizó tres costillas al niño, y le mereció un mes de expulsión junto a otros tres de charlas sobre la buena conducta. Eso podía comprenderlo, mas la chica que tenía a pocos metros chillaba por cada poro de su extravagante aspecto que el auténtico peligro era ella.

–No hay tiempo para explicarte muchas cosas, Kevin –y aunque la voz por fin iba a darle algunas y necesarias respuestas, parecía que eso sería una de las últimas cosas que oiría. Algo en la chica simplemente bramaba que en poco moriría de una forma bastante dolorosa y atroz–. Eres un polimorfista. Una persona capaz de cambiar su forma física para transformarse en otra criatura, igual que ella. El problema está en que tu fuerza no está desarrollada del todo. Básicamente somos muy jóvenes y es muy rápido para enfrentarnos a esa chica, aunque también sea joven. El ser en que ella se convierte, es una raza enemiga de la nuestra. Las Skiralias y los dragones son enemigos naturales. ¿Comprendes por qué te digo que esto ha sido planificado de alguna manera? Demasiadas coincidencias.

–¿Que te ocurre? Pareces… demasiado pensativo –Kevin jamás había contemplado un ceño fruncido tan peligroso.

–Muy suspicaz de tu parte –respondió al instante, pensando que el tiempo debía detenerse mientras él digería de alguna manera toda la información. Era un polimorfista capaz de convertirse en un dragón, y al parecer, de alguna forma alguien planificó su cambio, el de Lisa y el de un psicópata de plata, que podía ser cualquiera–. Me llamas polimorfista, mi amiga está destruyendo todo el liceo y ha matado a un montón de niños, hay otro como ellos por allí, tú me hablas y tienes los ojos más raros que haya visto nunca, y todavía consideras que estoy pensativo. ¿Debería estar bailando?

–Bien hecho. Distráela mientras intento prepararme. Somos demasiado jóvenes. Tu cuerpo no sabe cómo polimorfarse –un rápido vistazo a sus tatuajes le mostró que si la voz estaba buscando la manera de hacer eso que decía, debía estarlo haciendo a toda prisa. El movimiento de las imágenes en su piel era extraordinariamente rápido.

–Muy gracioso, jovencito –a menos su carisma afectó a la chica de alguna forma. Aunque intentó parecer despreciativa, la sonrisa que esbozó decían todo lo contrario.

–Nunca he podido aparentar mucha seriedad –reconoció de forma humilde–. ¿Qué te parece si vamos por partes? No comprendo prácticamente nada y tanta información está amenazando con hacerme perder la cabeza. ¿Eres uno de ellos?

–Por supuesto, chico. Entre nosotros podemos ver nuestras auras. La tuya es azul, la de tu novia es naranja, y la del pequeño psicópata es plateada.

–Y la tuya es color arena –se apresuró a señalar, al ver como algo asomaba detrás de la joven.

–Sí, del color de la bestia en la que me transformo: Una Skiralia. Es una historia quizá demasiado larga, y aquí nos queda poco tiempo. ¿Los oyes? Son disparos. Los militares llegaron, hermano polimorfista. Antes de matarte te diré que, el ser en el que me transformo, igual que el tuyo, pertenecieron a unas razas inteligentes que vivieron en nuestro mundo hace mucho tiempo. Somos enemigos naturales y exactamente por eso estoy aquí.

–¿Para continuar una guerra de hace miles de años en las que no tuvimos nada que ver? Eso no deja muy bien parada a esa inteligencia que mencionas.

–Es lo de menos –la chica le restó importancia al asunto encogiéndose de hombros y sí, agitando una cola. La cara que debía tener en ese momento seguramente se merecía un premio, porque la joven soltó una carcajada antes de comentar–: ¿Te sorprende mi cola? Ya me dirás cuando veas la tuya, aunque dudo que sobrevivas hasta ese momento.

–Mira, mejor platiquemos. No sé de qué demonios me hablas. Desconozco todo sobre dragones, Skilirias…

–Skiralias –apuntó al instante la joven.

–¡Lo que sea! Un detalle como ese es lo de menos cuando estás hablando de una forma tan tranquila acerca de que me matarás, y todo por culpa de algo que ocurrió hace tanto tiempo que nadie se acuerda de eso. Porque nunca he oído nombrar nada sobre skiltanas y polimorfistas –al menos esa vez volvió a sonreír con el error al pronunciar el nombre de la cosa en la que se transformaba–. ¿Qué te parece si tratamos de llegar a un acuerdo? Entenderás que la idea de morir no me llame mucho la atención.

–Lo siento. Muchas cosas nunca cambian, y a pesar de lo guapo que eres, para el nuevo orden que se avecina significas una amenaza. Por eso tendré que eliminarte. Así alimento mi… –lo que fuese que alimentaría, Kevin jamás lo supo. En ese momento la joven se quedó como tallada en piedra al contemplar los tatuajes de sus brazos.

No podía negar que hasta él se sentía impresionado. Las complejas formas que adoptaban en cuestión de segundos por poco lo hizo enloquecer, ya que su mente de ninguna forma estaba preparada para asimilar algo como lo que en un antiguo lenguaje de símbolos viajaba por sus brazos. Mil historias, batallas, evolución, muerte, vida, renacimiento… incluso la vida y muerte de mil estrellas y muchas más transcurría a una velocidad alarmante sobre su piel. A punto estuvo de gritar cuando la voz nuevamente interrumpió en su mente, tranquilizándolo, apaciguando la tormenta que eran sus pensamientos:

–Lo siento, Kevin. No hay tiempo para sutilezas. Bajo otras circunstancias nuestra fusión tendría que ser relatada paso a paso, recorriendo con calma un largo camino a través de la historia de tu mundo. La aparición de esta Skiralia cambia todo y en su momento podré explicarte detenidamente lo que ha ocurrido. Por ahora, sólo te he preparado para que puedas cambiar de forma en tu ser espiritual, del que formo parte. Espero que sea suficiente. Si sobrevivimos, tendremos tiempo para contarte la historia de estos jóvenes a los que llaman “ellos”. Por ahora…

Los tatuajes detuvieron su enloquecida danza antes de cubrir por completo su piel. Sin apartar la mirada de la furiosa Skiralia, Kevin comenzó a sentir como un poder antiguo corría por sus venas, modificando su anatomía, sus células, su carne, sus huesos y hasta su propia existencia. Aunque sentía dolor, de ninguna forma se acercaba a algo siquiera incómodo. De una forma que lo preocupó por un momento, debió admitir que era placentero. A pesar de que iba aumentando de tamaño, que sus huesos crujían y que de sus manos comenzaron a salir unas garras de aspecto siniestro, desde lo que creyó que era una enorme distancia, sólo sintió curiosidad, admiración, y… sí, felicidad. Prácticamente podía gritar que ahora se sentía completo, como si un vacío que de alguna forma estaba allí, casi oculto a sus sentimientos, por fin estaba lleno.

–Esto es lo que eres en tu forma espiritual, Kevin: Eres un dragón azul –y por todos los dioses, cómo se sentía.

Una vez más, recuerdos de reinos aplastados bajo sus garras, reyes moribundos, barcos hundiéndose, campos de batalla repletos de cadáveres, enfrentamientos contra… tantos seres… se sentía capaz de conquistar una vez más al mundo. Su parte racional, esa llamada Kevin Kares cortó de golpe todos los deseos, sentimientos y recuerdos del dragón de la antigüedad. Ahora que formaban parte de un ser único, se daba cuenta del peligro que implicaba la voz, esa otra consciencia dentro de su mente. Ahora realmente comprendía que la voz pertenecía a un dragón extraordinariamente peligroso que podía llevarlo a cometer una cantidad de crímenes sencillamente abrumadora. Tuvo un momento para darse cuenta que su guerra no sería exclusivamente contra los adultos, el gobierno y los militares. A partir de ahora tendría que luchar una guerra más peligrosa contra su propio ser espiritual. Aunque primero…

De la chica extravagante, con un peinado extraño y unas ropas más absurdas todavía, no quedaba ni el más mínimo rastro. El comentario sobre el color arena de su aura debió darle una idea bastante cercana al ser en el que se transformaba. Pensándolo bien, sus ojos fueron más que suficiente. El parecido con un león era impactante. Únicamente algunos detalles rompían el parecido, y precisamente esas pequeñas cosas lo obligaron a mover la cola, preparándose para el ataque. ¿La cola?

Ante todo, un león no tenía un tamaño tan extraordinariamente recrecido. La Skiralia debía levantar del suelo por lo menos un metro y medio, cada colmillo medía por lo menos quince centímetros, y en su cola crecía una variedad alarmante de púas aceradas. La mirada de odio, locura y maldad lo obligó a rugir como respuesta, y más aún cuando en su cabeza comenzaron a asomar varios cuernos de aspecto siniestro. Reconocía que su figura no era menos aterradora con unos colmillos, si se podía, incluso más largos que los de la Skiralia, con unas garras capaces de abrir paredes, y un tamaño que no doblaba al de la Skiralia por muy poco. La diferencia estaba en la confianza que transmitía la joven polimorfista. Cada paso, cada movimiento de la cola aseguraba que dominaba por completo su forma, y sabía medir cada paso, cada respiración. Él… ya había convertido en chatarra un filtro de agua al mover con demasiada fuerza la cola, y eso sumado a las enormes alas que no sabía muy bien como abrir, y al hecho de que ahora caminaba con torpeza sobre cuatro patas no lo tranquilizó en lo más mínimo. No obstante, ocurrió algo que lo hizo olvidar sus miedos, y sería un momento que permanecería por siempre en sus recuerdos, como un tesoro imposible de valorar.

Una botella apareció de la nada, y a pesar de sus agudos reflejos, la Skiralia no movió ni un músculo para evitar el impacto. Tal fue su sorpresa que en su mente de polimorfista de gran poder, la idea de que alguien inferior a ella la atacara, simplemente no existía. Cada fragmento volando por los aires, la pequeña herida que apareció en su frente, las gotas de sangre que cayeron al suelo fueron auténtica magia para Dragón azul.

–¡Cómete esa, puta! –Chilló una voz infantil, claramente asustada, pero dispuesta a luchar contra uno de los seres más aterradores que se pudiera imaginar.

–¡Sí, y que sean dos veces! –Gritó una segunda voz. Al girar la cabeza, con el pecho lleno de orgullo y cariño, Kevin contempló a sus tres amigos que pálidos, sudorosos, pero dispuestos a acompañarlo hasta el final permanecían a una distancia respetable. Después de todo, no eran tan tontos–. ¡Estamos contigo, Kevin! ¡Aunque seas uno de ellos! –Otra botella voló por los aires e impactó contra la nariz de la Skiralia, que retrocedió un paso. Eso fue suficiente.

Con un movimiento veloz que agarró por sorpresa a los amigos de Kevin, la Skiralia se abalanzó contra ellos, claramente con la intención de hacerlos trizas con sus enormes garras. Una larga cola azul apareció de la nada e impactó contra su pecho, enviándola contra la baranda del tercer piso que se partió con un crujido. Las garras de la Skiralia intentaron aferrarse a el suelo, mas no consiguieron sino arrancar varios trozos respetable de granito, un momento antes de precipitarse al suelo, dos pisos más abajo.

Una vez iniciado el combate, Dragón azul no pudo sino sorprenderse. Como si toda la vida hubiese estado luchando, caminando a cuatro patas mientras rujía, los movimientos salían de forma natural, y de hecho, todavía parpadeaba sorprendido con la reacción que tuvo frente al ataque de la Skiralia contra sus amigos. Ni siquiera pensó en mover la cola para batearla lo más lejos posible. Actuó por reflejo…

–Tu cuerpo se adapta rápidamente, Kevin. Es mejor así. La Skiralia está realmente enfurecida –a juzgar por el rugido que lanzó desde el suelo, realmente lo estaba.

Como respuesta, Dragón azul añadió su rugido de guerra, dio un coletazo contra la pared que la agrietó, y con la ira corriendo por sus venas, con los recuerdos de miles de combates sangrientos inyectando adrenalina y furia en sus venas se arrojó adelante, dispuesto a acabar con la polimorfista.

Dragón azul y la voz comprendían que en la furia que alcanzaban en sus formas animales los cegaba por completo. Ahora que podía sentir eso en su figura draconiana, Kevin sabía que muchas de las matanzas realizadas por la voz fueron por culpa de su ira incontrolada. A pesar de ello, a pesar de estar temblando por la furia apenas contenida, al ver como la Skiralia masacraba a tres niños simplemente porque podía hacerlo, Kevin comprendió por primera vez lo que podían sentir, pensar y decir los adultos, los jóvenes distintos a ellos. Reviviendo la imagen de Rebecca ardiendo, al ver a los niños allá abajo, despedazados e irreconocibles, al oír los chillidos de los heridos, la sangre que había quedado en las escaleras junto a varios cuerpos aplastados, al recordar las historias ocurridas tres años atrás, y sobre todo, al recordar el comentario de la propia Skiralia…

–“Allá arriba tuvo que matar a menos a sesenta niños...” –de ninguna forma alguien podía ver con buenos ojos, ni dejar de sentir miedo ante la destrucción que podían causar. Sabía que muchos de ellos realmente querían lo mejor y por ello lucharon contra los otros, los que perseguían el caos absoluto, una forma de dominio cruel. Sin embargo, al ver su poder, sentirlo, y contemplar lo que muchos hicieron, y harían… ahora sí comprendía el pánico que los demás sentían, las persecuciones y el odio contra ellos.

al estar sumergido en sus pensamientos, el ataque que arrojó la Skiralia contra él estuvo a punto de costarle la vida. Por suerte, la voz estaba despierta, y al ver como la polimorfista reunía energía de su propia aura, supo lo que se le avecinaba. A menos tuvo el tiempo suficiente para gritar una advertencia en la mente de Kevin que rápidamente retrajo al máximo las escamas y cubrió sus ojos con un párpado extraordinariamente resistente. La bola de fuego impactó contra él, destrozó buena parte del suelo y el techo, pero más allá de unas escamas recalentadas, no le provocó ninguna herida de gravedad.

–¡Qué fue eso? ¿Fue… un ataque mágico! –A pesar de estar ahora despierto, con los sentidos al máximo, Kevin no salía de su asombro.

–Existen muchos tipos de polimorfistas. Seres como esa Skiralia y nosotros tenemos capacidades mágicas. No negaré que comprendo el hecho de que las personas de tu mundo teman a todos los jóvenes como tú, pero la única forma de derrotar a ciertos poderes, es recurriendo a la energía de las auras –a menos la voz parecía tener conciencia. Esperaba de todo corazón que no fuese una mentira.

Con un salto que arrancó un grito de sorpresa a sus amigos, y un rugido incrédulo a Dragón azul, la Skiralia salvó los más de cinco metros desde el suelo hasta su posición de una manera tan elegante que el zarpazo que le arreó, fue la única manera de sacarlo de su asombro. El dolor que le atravesó el cuerpo fue tan violento que Kevin estuvo seguro que perdería la consciencia, y en poco la vida, mas sus instintos naturales como dragón, la furia en sus venas y la destreza de la voz lo hizo reaccionar a tiempo.

Mientras varias escamas todavía volaban en el aire y otras terminaban de caerse gracias al poderoso zarpazo de la polimorfista, su cola salió disparada nuevamente e impactó de lleno contra la desprevenida Skiralia, que había perdido un tiempo crucial al quedarse ensimismada viendo la herida en el costado de Dragón azul. La polimorfista voló por los aires y se estrelló contra una pared, rompiendo la cerámica y agrietando la misma. Antes de que pudiera ponerse en pie, Dragón azul se abalanzó contra ella con las fauces abiertas al máximo con la clara intención de aferrarse al cuello de la joven, pero esta, con otro veloz y elegante movimiento esquivó la mordida, arrojando un nuevo zarpazo que Dragón azul evitó por muy poco.

La respiración de la Skiralia hablaba de un par de costillas rotas, mientras la sangre que caía de forma constante de un costado de Dragón azul hablaba de una profunda herida. Por un momento se contemplaron, antes de lanzarse una vez más al ataque en una rápida su sesión de golpes. La cola de la polimorfista penetró en la herida abierta de Kevin, haciéndolo soltar un rugido de puro dolor. Un segundo antes de que las púas que tenía por dientes la Skiralia se clavaran en su garganta, una rápida serie de detonaciones impactaron contra ambos, obligándolos a desviar su atención ante la nueva amenaza.

A poco metros un aterrado grupo de militares los contemplaba llenos de pavor, apuntando y disparando sus ametralladoras ligeras. Varias balas rebotaron en las escamas de Dragón azul, y otras penetraron en la piel de la Skiralia que se tiró al suelo chillando de dolor. En ese momento el techo por encima de los militares se agrietó, haciendo saltar trozos de concreto junto a varias luces. Demasiado tarde se dieron cuenta los soldados del peligro. Una enorme llamarada surgió del techo terminando de derribar una parte del cuarto piso, acabando con los oficiales y brindando el tiempo suficiente a los amigos de Kevin para huir lo más rápido posible de la zona.

Como un ángel vengador, Lisa apareció envuelta entre llamas fundiendo todo a su paso. Por un momento su forma física se hizo visible, antes de volver a cubrirse por completo por las letales llamas de color naranja. Al darle la espalda y adentrarse en el tercer piso, Kevin sintió que su amiga lo abandonaba a su suerte, mas al oír los nuevos disparos, comprendió que realmente lo estaba protegiendo de los militares. Su deber era acabar con la Skiralia.

–Comprende en su forma espiritual que este es tu asunto. Tus amigos, aunque los viste heridos, estarán bien. Si la Skiralia se recupera, no podremos decir lo mismo –eso fue acicate suficiente. Una vez más, la cola de Dragón azul salió disparada contra la polimorfista que lamía las heridas de bala que tenía a lo largo del cuerpo y que la tenían distraída por completo.

El impacto fue demoledor. El rugido de dolor que soltó la mujer incluso superó el suyo propio, y en su forma draconiana, una sonrisa nada tranquilizadora dejó al descubierto sus largos colmillos. A pesar del nuevo estruendo de disparos y la explosión que sacudió el liceo, Dragón azul pudo sentir como los huesos de la mujer se partían, antes de salir volando de vuelta tres pisos más abajo. Sin detenerse a pensarlo estiró al máximo sus alas, aplastando la fotocopiadora que cambió su vida, destrozando paredes y la alarma que cortó su tañido en seco. Por primera vez en miles de años, un dragón alzó el vuelo, y si bien fueron pocos los aterrados niños que vieron cómo se deslizó por el aire hasta el piso inferior, fue una imagen que quedó grabada a fuego para siempre en sus mentes.

A pesar de estar sufriendo lo indecible con sus heridas, apenas Kevin tocó el suelo, la Skiralia se arrojó con garras y dientes contra él, provocándole una nueva herida que le arrancó algunas escamas de su pata izquierda. Mientras esquivaba como podía otro par de golpes, notó que la mujer volvía a reunir energía, con total seguridad para arrojarle una nueva bola de fuego. De ser así, dudaba que pudiese salir muy bien parado. Sangraba por tres heridas distintas, y una tenía un tamaño considerable. El fuego entraría por allí y le provocaría un dolor que lo incapacitaría. Tenía buenos reflejos, y a medida que seguía luchando, sentía como controlaba su forma draconiana. No obstante, también era consciente de sus debilidades, y conocía perfectamente sus limitaciones. Faltaba mucho para tener una capacidad de regeneración mediana, y el dolor limitaría sus movimientos.

–De todas maneras podemos darle una dosis de su propia medicina –centrado como estaba en quitarse de encima la cola de la Skiralia, Kevin apenas notó que el aura a su alrededor básicamente comenzaba a penetrar en su cuerpo–. Te estás convirtiendo en uno con tu ser. Cuando el aura penetre por completo en tu forma humana y espiritual, dispondrás de un poder extraordinario. Por ahora es limitado. Utilízalo –de forma instintiva supo qué hacer, y su sorpresa fue indescriptible.

Nada podía tener una explicación lógica en seres como él, la polimorfista y cualquiera de ellos. Poderes sobrenaturales que se veían en las películas, ahora formaban parte de la vida real. Siguiendo ese hilo de pensamiento lleno de ficción, mientras su energía azul se condensaba, comprendió que los cuernos en su cabeza y en el de la mujer, sumado a los pequeños punzones que ambos poseían en la cara de su forma animal servían como antenas, por decirlo de alguna forma. Básicamente atraían hacia sí, amoldaban y canalizaban la energía de su aura para utilizarla de la forma deseada. Por supuesto, servía para algunas cosas muy específicas. Lanzar fuego en el caso de la Skiralia, y en el de él… se desataba en forma de tormenta eléctrica.

El aire se sobrecargó, luego crepitó y por último estalló. La luz azul provocada por sus rayos que salieron disparados en todas direcciones se pudo ver a más de medio kilómetro de distancia, y la explosión sonora llegó mucho más allá. Todos los sistemas de comunicación de los militares fueron incapaces de soportar la sobrecarga magnética y en un segundo quedaron inutilizados. Más de un soldado quedó con problemas auditivos de por vida, y muchos otros sordos para siempre. Todas las luces y cristales del liceo estallaron a la vez, y si el tercer y cuarto piso estaban envueltos en llamas gracias a la furia desatada de Lisa, ahora el edificio entero ardía gracias a los cables recalentados y el plástico fundido. Algo se podía decir sobre el despertar de ellos en el liceo de Kevin, Lisa y David: Fue imposible de ocultar.

–Ya tendremos momento para dominar tu aura. Es mucho más poderosa de lo que creí. Pudo matarte –a duras penas Kevin podía mantenerse erguido. Se encontraba tan debilitado que incluso las escamas temblaban sobre su cuerpo.

De la Skiralia repleta de odio y maldad poco quedaba con ganas de seguir luchando. De su cuerpo salían varios hilillos de humo, y su mirada apenas podía enfocarse. Al contemplar fijamente sus ojos amarillos, Dragón azul lo único que vio fue dolor, incomprensión y sobre todo, miedo. Los orificios nasales de Dragón azul se dilataron, sus glándulas salivales se activaron y el hambre se apoderó de su mente. Luego abrió su boca y con un movimiento brusco mordió el costado de la polimorfista.

La sangre salió a borbotones de la tremenda herida, y el grito lastimero de la mujer se perdió entre el sonido de las sirenas, los disparos, las explosiones y los chillidos de los niños. Cegado por la ira y los recuerdos, Kevin se dio cuenta de lo que estaba haciendo un momento después, cuando arrancaba de un tirón el hígado de la Skiralia para luego tragárselo de dos bocados. Al controlar su furia desatada, se dio cuenta que el “Bravo, bravo, bravo” que escuchaba no era de la voz, sino de alguien más. Al darse la vuelta, pudo contemplar a otro de ellos.

A esas alturas, nada debía ser capaz de sorprenderlo, y sin embargo… ver que el sujeto que flotaba en una nube a pocos metros de él, y que de una extraña manera no parecía estar del todo presente en el plano físico realmente lo dejó con la enorme boca abierta. Después de todo, ellos tenían entre ocho a dieciocho años. El hombre que lo miraba con una burlesca sonrisa debía tener a menos veinticuatro, y eso no tenía ningún sentido.

–Fabuloso, Dragón. Mataste a una Skiralia, y una mayor que tú. Tres años de polimorfismo, comparado con treinta minutos… pudiese aplaudirlo de no ser por el hecho de que el aura de la joven estaba debilitado. Lamentaré su muerte más adelante, pero era necesaria.

–Debí suponerlo –aquello lo hizo dar un respingo. Las palabras de ese hombre lo tenían confundido, y que la voz interrumpiera de pronto en sus pensamientos casi lo hizo soltar otra tormenta de rayos–. Sentí que algo bloqueaba la fuerza de la Skiralia. Son seres realmente aterradores, y esa polimorfista tenía todo el aspecto de ser poderosa. Sin embargo, luchó de forma lamentable y su bola de fuego carecía de potencia. Algo la incapacitó antes de venir aquí.

–Tenía curiosidad por ver de lo que eras capaz, y esos rayos… fueron francamente sorprendentes. Que amenaza tan terrible puedes llegar a ser, amigo dragón.

–Y al parecer, no soy ni la mitad de peligroso que tú, seas lo que seas –el regreso a su forma humana incluso tomó por sorpresa a la voz. Sobre todo al notar que algo en el tono de Kevin sufrió un cambio considerable. De alguna forma sonaba más… maduro–. ¿Tú provocaste todo esto? ¿Para qué? ¿Para ver qué hago y qué no? –Mientras hablaba, Kevin con un sentimiento de asco, perturbación, y admiración mezclados en una confusa cacofonía, sentía como la carne de la polimorfista sanaba sus heridas cuando su nuevo metabolismo la iba asimilando.

–De alguna manera, tienes razón, aunque no es tan simple como eso. Kevin… somos como ellos, y desde nuestro despertar estamos siendo perseguidos. Te sonará a un argumento típico de películas… pero las cosas ya han cambiado. Este mundo nos pertenece a nosotros, y debemos tener nuestro lugar en él. Fuimos masacrados, torturados y derrotados hace tres años. nos obligan a controlar nuestros poderes, a estar internados en liceos supuestamente especializados en seres como nosotros, y somos víctima de experimentos en los laboratorios de los militares. Es hora de unirnos para levantarnos nuevamente y tomar lo que nos pertenece. Por algo tenemos estos poderes, y por algo no han dejado de despertar.

–Y si crees que te voy a acompañar en eso, es que eres un completo estúpido. Estás cometiendo el mismo error que mató a tantos niños y jóvenes hace tres años. De seguir así, terminaremos igual, o incluso peor. Ya comenzaste mal -dijo señalando el liceo que ardía en llamas, los cuerpos tendidos en el patio central, y el cadáver medio devorado de la Skiralia.

–Es un ilusionista –Kevin asintió una vez al oír la voz. Necesitaba esa información–. Son tan peligrosos como cualquier otro. Ninguna de sus ilusiones son reales. Por algo se llaman así. El problema está en que estas son tan poderosas que engañan por completo los sentidos de sus víctimas. Puede hacerte creer que estás envuelto en llamas, y será tan poderosa la idea que obligará a tu cerebro a creerlo, sentirlo, y padecerlo.

–Esta vez será diferente, Dragón. He planificado esto por más de cinco años, desde el día en que comenzaron a despertar estos poderes en los jóvenes. Por algo fui el primero entre ellos.

–Miente –y si la voz lo decía, aunque Kevin sabía que luego tendría que hacer su guerra interna con la voz, por ahora, creía al pie de la letra sus palabras–. Soy parte de ese despertar, de la misma forma en que soy parte del momento de su creación y extinción temporal. Los poderes despertaron hace cuatro años y tres meses. Ahora que puedo sentir la fuerza de varias auras y del mundo actual, sé que fue otra persona. Él es otra cosa. Está aparentando. Desea el poder, desea ser algo parecido a un dios entre ellos. Detalla la forma en que se está mostrando ante ti con esas nubes, las estrellas, la edad que aparenta, y ese… aire de figura etérea. Intenta impactarte.

–No me interesa si fuiste el primero, o serás el último. Mira todo lo que has ocasionado quién sabe con qué intención verdadera. ¿Crees que voy a creerte algo? –Media hora antes existía la posibilidad de que la imagen lo impactara y confundiera. Ahora… de manera precipitada, pero contundente, Kevin Kares era una persona totalmente distinta.

La mirada del ilusionista fue respuesta suficiente. Entre la Skiralia con su odio y maldad, y la que reflejaba el hombre… definitivamente, prefería a la polimorfista. A menos era directa, ofreciendo un combate hasta la muerte. Ese hombre prometía dolor y torturas inimaginables. La palabra locura se le quedaba bastante pequeña.

–Tienes una muy buena imaginación. Todavía no la consideraré inteligencia. Supones que te pediré que te unas a mi grupo de jóvenes… pero puedo ver la negativa en tu postura general. Lo entiendo. Hay cosas que para los corazones débiles son incomprensibles. No importa. Conseguiré a muchos como tú; puede que más poderosos. Antes de irme, sólo te diré que cuides tu espalda, y si no se desintegra a sí misma, a la de tu novia. La Skiralia tenía una madre, y aunque su hija tenía los poderes algo menguados gracias a algunos trucos que conozco, los de ella están al máximo… y debes creerme cuando te digo que es una mujer sumamente peligrosa. Nos veremos el día de tu muerte, Dragón azul –la nube desapareció y con ella, la forma casi fantasmal del ilusionista. Kevin lo agradecía. Su sonrisita tétrica y la mirada de superioridad estaban comenzando a enfermarlo.

–Maldito loco –dijo la voz en su mente, y Kevin no podía sino estar de acuerdo con él.

–Estás sonriendo. Puedo sentirlo.

–Por supuesto que lo hago, Dragón azul –respondió la voz–. Desconoce por completo que el espíritu de un antiguo dragón también forma parte de tu ser espiritual, y por ende, no sabe que sé cómo destruir a los ilusionistas, cómo resistir sus ataques… y también desconoce que sé que miente. Será poderoso, pero tú lo serás aún más. Ahora debemos alejarnos de aquí. Tenemos…

–No me moveré hasta que me respondas lo siguiente: ¡Mi madre? ¿Lisa? ¿Mis amigos? –Y tal como lo supuso, el dragón en su interior pensó la respuesta.

–No lo sé. No pensé en ello –Kevin soltó el aire de golpe. A menos la voz estaba siendo honesta, y eso debía agradecérselo–. Tu amiga sigue con vida. Se está desplazando. Puedo sentirla. Mientras luchabas, sentí que el aura plateada que la Skiralia mencionó se fue bastante lejos. Si me atrevo a dar un consejo… tu madre sabe lo que eres. Debe estar esperándote. Iremos por ella y si puedes, también por Lisa. Luego debemos ocultarnos. Tengo mucho que contarte y si tu amiga sigue contigo, ella también debería oír mi historia. Tus amigos son personas leales. Te seguirán, aunque carezcan de todo poder. Maldición, ¡incluso se enfrentaron a una Skiralia! No veía algo como eso desde… es lo de menos.

Esa era una buena manera de comenzar del todo una relación con su voz interna, que ahora sabía, pertenecía a la consciencia de un antiguo dragón. Definitivamente, sentía que algo acababa de cambiar en su interior. Todavía necesitaría mucho tiempo para asimilar todo lo ocurrido, pero… por ahora, el dragón estaba siendo honesto, y eso sin duda alguna sería de ayuda. Esperaba que la guerra contra sí mismo fuese mucho más sencilla de lo que creía. Existían enemigos poderosos y quería poner toda su energía en conseguir la manera de vencerlos. El concepto, la idea apenas comenzaba a formarse en su mente, pero sabía perfectamente que sería su realidad. Después de todo, conocía bastante bien la historia de ellos ocurrida tres años atrás. La diferencia es que ahora… él era un protagonista.

Nota del autor: A pesar de haber vivido al máximo esta historia en la carne del propio protagonista, admito que debí tomarme algunas licencias con ciertos hechos del relato, porque fue la única manera de tejer de manera coherente los sucesos que se han entrelazado. Sin embargo, no son muchos.

En el momento en que Kevin puede sentir que una amenaza se acerca, en ningún momento aparece Lisa, y de por sí, ella ha sido un elemento que he agregado. Aunque toma cierto protagonismo y el siguiente relato será sobre ella, básicamente es un personaje que he añadido. Sé que está allí y que formó parte de este despertar, mas no vi su historia en sueños.

Por otra parte, los amigos de Kevin están con él durante toda la odisea. En ningún momento huyen de su lado para volver después. Siempre lo acompañaron, a pesar de conocer su naturaleza, y ver a lo que tenía que enfrentarse. Eso les dará una mejor idea sobre su lealtad a su mejor amigo.

Por último, en ningún momento la madre de Kevin se mostró en el sueño. Es algo particular de estos. De alguna forma conozco la historia de los jóvenes, aunque a duras penas haya captado ciertas escenas de su vida. Para mí, hasta ahora han sido más que suficiente, y me han ayudado a conocerlos y comprenderlos.

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Moisés Level

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