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Uno con los dioses (Relato)



Por largo rato el guerrero estuvo contemplando la puerta de lo que en las leyendas se conocía como “El templo de La voz de los dioses”. En su imaginación, pudo verlo de mil formas distintas. Puertas de ébano con tallas impresionantes, o verjas de plata, incluso oro. Llegó a pensar que encontraría un par de puertas dobles con gemas incrustadas, sostenida por columnas de mármol, pero lo que nunca imaginó, es que el lugar estuviese lleno de maleza, con grietas y trozos completos de paredes desprendidos.

Al atravesar la puerta que estaba pudriéndose en varias partes, y que no era sino de simple caoba, y un poco más grande que la puerta de su propia habitación, por varios minutos paseó su mirada de ojos oscuros en cada rincón de la estancia.

Aún quedaban restos de su remota majestuosidad escondidas entre el moho, las grietas, los charcos de agua y la piedra desprendida. Utilizando la imaginación que lo impulsó a llegar a ese lugar gracias a su creencia en las viejas leyendas, de alguna manera podía colgar cortinas y decorar con cuadros las paredes, cubrir la pestilente agua del suelo con hermosas alfombras, e iluminar la oscura estancia con docenas de candelabros y antorchas, mirando el templo como debió ser miles de años atrás, cuando los mares eran de fuego y la energía vital rugía en los cielos, mientras los primeros seres mágicos, los dioses y las antiguas razas comenzaron a luchar por sobrevivir en un mundo hostil.

Con el corazón encogido siguió adelante, creyendo que a pesar de cumplir con el camino del aventurero, el objeto legendario que se escondía en el templo del bosque del cuervo, hoy día sólo existía en las canciones de los bardos y las obras de los teatros. Viejas leyendas que ahora más que nunca vivía únicamente en algunos recuerdos.

Por un momento, antes de atravesar lo que según los viejos trovadores, era la sala de espera, creyó oír un eco del pasado. Pies arrastrándose, centenares de gargantas murmurando oraciones, peticiones, o simplemente charlando. Para el guerrero, simplemente fue la confirmación de que en ese lugar, lo único que seguía con vida eran los recuerdos. Al instante sacudió la cabeza y con un suspiro siguió adelante. Un guerrero como él no se rendía a pesar de la evidencia. Además, había recorrido casi por completo el camino del aventurero, y estando allí, nada perdía con terminarlo.

Montones de escombros, piezas oxidadas, joyas, oro, plata, piedras preciosas y grupos de objetos informes decoraban casi por completo el suelo frente a sí. Junto al aspecto deprimente y moribundo del templo, tantas ofrendas olvidadas y perdidas terminaban de fijar un peso sobre el pecho del guerrero, ya que la idea de estar visitando una cripta antigua y perdida era inevitable.

Su mano, todavía cubierta con unos guantes de cuero reforzado se introdujeron en una pequeña bolsa que llevaba colgada al cinto, sacando a relucir un brazalete de fina manufactura. Los diamantes, las esmeraldas y los rubíes junto a un intrincado diseño fueron la envidia de las pocas personas que lograron fijar su atención en él. El propio guerrero lo diseñó y mandó a forjar con el mejor maestro orfebre de la raza enana, utilizando en parte del fundido uno de los anillos de oro que su madre le dejó como regalo, antes de morir.

—Mi nombre es Gurg, y soy un guerrero que ha recorrido el camino del aventurero para traer mi ofrenda a la antigua voz de los dioses.. sin ayuda, ni otros compañeros diferentes a mi fuerza de voluntad, mis canciones, mis deseos, mis armas y mi destreza. Visité el bosque de la golondrina donde nadé en el río de cristal y comí los frutos del manzano amarillo. Luego visité el bosque de las luciérnagas, donde luché contra las bestias aullantes y dormí bajo la luz de las luciérnagas y la luna durante tres noches. Por último, he recorrido el bosque del cuervo luchando contra las bestias acechantes mientras cantaba con los cuervos y bebía de la cascada roja, después de haber comido del árbol de los manzanos grises. Aunque muchos no creen en esta leyenda del objeto legendario que se esconde en un templo en el interior más oscuro del bosque del cuervo, siempre he tenido la confianza de que este lugar seguía aquí, y lo seguiré creyendo hasta el fin de los tiempos. Encuentro ruinas y los fantasmas del pasado, pero fiel a mi creencia, deposito en este lugar una ofrenda importante para mí. Este brazalete fue forjado con el anillo de oro más importante de mi vida. Uno que me dejó mi madre antes de morir. No existe nada más valioso para mí -y tras terminar, el guerrero escuchó por un instante como el eco de su voz repetía varias veces sus palabras, antes de terminar con el camino del aventurero al depositar el brazalete en el suelo.

Gurg con los ojos desorbitados escuchó como un retumbar lejano estremecía el suelo bajo sus pies. Un par de copas rodaron entre los escombros, y el tormento del silencio absoluto le hizo tambalearse. Al centrar nuevamente la mirada, lanzó un agudo grito de sorpresa al ver como una luz extraordinariamente blanca comenzaba a formarse en el centro de la sala, ampliándose a gran velocidad.

Un momento más tarde sus ojos se quedaron contemplando fijamente al ser más extraño que jamás pudo imaginar. Poseía características de los elfos, los humanos, las ninfas, y si su imaginación no estaba yendo demasiado lejos, incluso de los felinos que se mencionaban en las historias más antiguas.

—Bienvenido a mi templo, Gurg, guerrero de la tribu de los Orejas negras —en algún momento debió caer de rodillas, aunque no lo recordaba. Tampoco el momento en que comenzó a llorar. En su mente únicamente había espacio para contemplar a La voz de los dioses.

En las historias jamás se mencionaba el hecho de que el objeto legendario era un ser vivo, y que además, era una mujer. La más extraña, impresionante y hermosa que pudo imaginar. Su voz simplemente recorría una cantidad de armónicos y matices que con total seguridad, ningún instrumento sería capaz de igualar. Sus pies ni siquiera tocaban el suelo. La mirada del guerrero recorrió por completo el cuerpo desnudo de la mujer, admirando su particular perfección. En ningún momento hubo un pensamiento que se acercara al deseo sexual. Simplemente… se sentía incapaz de creer que la leyenda existía. Menos aún que esta estuviese tan cerca, flotando dentro de una burbuja con una neblina de colores claros que servían de protección.

—Yo… Voz de los dioses… —la sonrisa de la mujer se hizo más amplia al ver la confusión del guerrero.

—Aunque en tu corazón guardabas la esperanza de que la leyenda fuese cierta, esa parte racional de ti, aunque pequeña, no dejó de murmurar nunca que mi historia no iba más allá de un cuento de tabernas, incluso para niños. No debes sentirte mal por ello. La última mujer que vino hasta mí, hoy día no es más que polvo en el aire. Desde hace mucho nadie ha tenido la madurez y honestidad de espíritu que se requiere para encontrar mi templo, menos aún para pedir un favor. Con mirar a tu alrededor lo notarás.

—¿Quieres decir que estás muriendo? —Alcanzó a preguntar, horrorizado con la sola idea.

—Es el destino de todas las cosas, Gurg: morir. En su momento lo haré, igual que tú, igual que este mundo, igual que las estrellas —la respuesta no tranquilizó en lo más mínimo al guerrero. La sola idea de que… esa mujer, prácticamente una diosa muriera…

—¿Puedo hacer algo por ti? ¿De alguna manera puedo evitar tu…? —Gurg jamás olvidaría la expresión de La voz de los dioses. Sorpresa, incredulidad, confusión, y por último alegría. Todo en dos latidos de su corazón.

—Me honras, guerrero. Lo dices… de corazón. Veo que eres incapaz de pronunciar en voz alta todo lo que sientes, y tampoco es necesario. Puedo verlo y sentirlo. Haz tu petición. Será un gusto para mí brindarte mi ayuda.

Gurg conocía a través de las leyendas lo que le ocurría a los mentirosos, a los que intentaban engañar de alguna forma a La voz de los dioses. Jamás imaginó que pudiese ser esa mujer tan hermosa, con una sonrisa repleta de colmillos, y ahora, con todo motivo daba crédito a esas canciones y narraciones: debía ser horrible. Por eso meditó por largo rato lo que en el fondo de su corazón quería. Una petición como esa se podía realizar una sola vez en la vida, y sin vuelta atrás.

—Mi deseo es ser el instrumento de los dioses. Me gustaría… ser uno con ellos. No con sus capacidades, ni su gloria, sino… simplemente ser algo como tú. Un objeto de lo que según las historias, cantaron en el propio día de la creación. Me gustaría llevar de alguna forma aunque sea un pequeño susurro de sus voces para llevar paz, armonía y tranquilidad a quienes me escuchen.

Por un largo rato que comenzó a poner nervioso al guerrero, la extraña mirada de la mujer no se apartó de sus ojos oscuros. Un ojo totalmente verde, y otro azul, sin iris ni pupila alguna escudriñaban cada rincón de su alma, intentando descubrir las verdaderas intenciones de Gurg.

—No encuentro nada en ti que… pretenda utilizar tu deseo para la perdición absoluta de los seres vivos de este mundo. Sin embargo, Gurg… debes comprender una cosa sobre lo que se conoce como los dioses. No entienden el bien y el mal de la forma en que muchas razas de este mundo lo hacen. Ni siquiera yo puedo hacerlo. Vida y muerte, día y noche, maldad y bondad… todo forman parte de una sola creación, y no son sino… consecuencias de un ritmo natural en cualquier existencia. Lo que tú consideras el mejor bien para muchos, se puede traducir como una guerra que aniquile a varias razas por completo... incluyendo la tuya. Lo que no puedo permitir, es una acción que destruya por completo la vida en este mundo por simple inconsciencia, ansias de poder, o el deseo de creerse siquiera igual a los dioses. Así pues… ¿cómo puedo cumplir tu deseo, uno de los más puros que me han hecho hasta ahora?

—simplemente… conviérteme en tu voz, de la misma forma en que tú lo eres de los dioses. Comprendes lo que mi alma pide. Concédelo de la manera que consideres mejor. Hazme uno con los dioses, y contigo.

Los colmillos de la mujer quedaron expuestos nuevamente cuando sonrió ampliamente, antes de acercarse y acariciar con una mano extraordinariamente cálida el rostro del guerrero.

—Así haré, Gurg. Nuestras voces se unirán, y aunque hay millones de variables, creo que en el futuro, nuestras voces realmente llevarán la paz y la tranquilidad en los tiempos oscuros que cubrirán nuestro mundo.

Una vez más La mujer se elevó en el aire, y comenzó a cantar. Gurg tuvo el tiempo suficiente para pensar que nunca oiría algo tan hermoso y tan profundo, antes de que un dolor atroz lo hiciera gritar. La capa, espadas, cuchillos, botas y demás equipo del guerrero salieron despedidos en distintas direcciones, mientras su grito se mezclaba con las últimas notas del canto de la mujer. El silencio volvió apoderarse de la sala,  y dos objetos de madera repiquetearon en el suelo.

Con una sonrisa melancólica, La voz de los dioses contempló el violín de color negro y su arco, que era la forma en que Gurg uniría su voz a la suya y a la de los propios dioses en un futuro. Luego extendió sus largos dedos hasta su cabeza, de donde comenzó a arrancar con total calma un cabello a la vez. Con ellos fabricaría las cuerdas del arco y el violín. Al levantar el rostro y mirar una de las tantas corrientes del futuro, pudo contemplar a un humano de cabellos rojizos, y a su compañera de aventuras, que por extraño que le parecería a las razas inteligentes de esos tiempos, sería una ninfa. Comprendían la pareja más dispareja, y a su extraña manera, servirían como instrumentos clave para su mundo. De hecho, ellos serían los que encontrarían el objeto legendario que acababa de crearse. Uno con los dioses, una nueva voz, nacida de los deseos más sinceros de un orco.

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Moisés Level

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