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Rosa Mortis (relato)


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Con un chirrido de frenos y un volantazo, el conductor evitó el choque con el motorizado. Entre mil maldiciones vio cómo se alejaba del cruce sin echar un vistazo atrás. Sin preocuparse por cualquier accidente, el conductor de la moto continuó con su viaje a través de la ciudad ignorando insultos, frenazos, semáforos en rojo o peatones somnolientos. Una sola vez respondió a una palabrota particularmente sonora con un dedo medio enfundado en un guante, y en una segunda oportunidad, con una ágil maniobra evitó por muy poco incrustarse contra un camión.

Media hora más tarde detenía la motocicleta frente a un edificio de color gris donde un vigilante se fumaba un cigarrillo con indiferencia.

—Muy buenas noches. Lo siento mucho, pero…

—Vengo a reconocer un cuerpo. Recibí la llamada del departamento de policía hace dos horas —el vigilante la contempló por un momento, sacando volutas de humo por la nariz. Al parecer, no estaba acostumbrado a que lo interrumpieran—. Me dijeron que este caso tenía una clave de segundo nivel, y que necesitaban con carácter de urgencia que reconociera al individuo.

Antes de que el hombretón abriera la boca para soltar cualquier estupidez, con un gesto que perfeccionó tras mil ensayos frente al espejo se quitó el casco, agitó su cabello un par de veces y le dedicó una amplia sonrisa. Conocía perfectamente lo que provocaba los hoyuelos de sus mejillas, y su cascada de cabello negro. El vigilante se quitó el cigarrillo de la boca, se aclaró la garganta y con una voz que tenía poco de bravucón le pidió que siguiera adelante. En ningún momento los ojos del sujeto se apartaron de esos puntos que llamaban la atención de cualquiera. Eso amplió un poco más la sonrisa de la joven.

Al estacionar la motocicleta se tomó su tiempo para sujetar el casco en el asiento, y para agacharse con la intención de ajustarse los cordones de las botas. Un rápido vistazo a su espalda le mostró al vigilante y la mirada que no se apartaba de su trasero. Sin dejar de sonreír se adentró en el edificio bamboleando las caderas, sabiendo perfectamente lo que provocaba sus pantalones ajustados y sus posaderas en la mente de cualquier hombre, y de muchas mujeres. Lo más importante ya había ocurrido. El vigilante no informó a su compañero de que alguien acababa de entrar.

—Buenas noches, señorita —la joven al otro lado del escritorio le dedicó una amplia sonrisa a la recién llegada, y como ya sabía, su atención se desvió automáticamente hacia sus hoyuelos, sus labios, y luego con interés mal disimulado, al tatuaje de su cuello.

—Buenas noches, vengo a reconocer un cuerpo. Recibí la llamada de la jefatura de policía hace dos horas.

—Por supuesto —respondió al instante la recepcionista desbordando carisma—. Debe firmar la siguiente planilla, y rellenarla por completo. Luego, tendrá que firmar el registro de entrada. Es obligatorio para nosotros acá tener un control. Espero que lo entienda. Sobre todo por la hora en que ha venido.

Por toda respuesta, la motorizada asintió con la cabeza mientras se quitaba los guantes, dejando al descubierto unas manos pálidas de largos dedos. La atención de la recepcionista se desvió a su celular; un instante después, frunció la nariz. Estaba acostumbrada a percibir toda clase de malos olores; después de todo, trabajaba en una morgue. Sin embargo, el que notaba tenía algo que la ponía nerviosa. Las ideas y recuerdos libraron una lucha en su mente, intentando identificar lo que la inquietaba, o por qué este olor era tan particular. Al apartar la vista del celular para mirar a la chica, y preguntarle si sentía lo mismo, se quedó contemplando las pálidas manos de la joven posadas a lado y lado de la planilla, con el bolígrafo destacando entre su dedo medio e índice. Una alarma se disparó en su cabeza y con los ojos abiertos como platos, paseó la mirada por el rostro de la muchacha.

—Eres muy bonita —por algún motivo, esas tres palabras sonaron cargadas de todo tipo de amenazas. La envidia destacaba por encima de todo, y a decir verdad, la recepcionista no entendía cuál era el problema.

—Está… muy bien. Muchas gracias, pero no comprendo… —logró tartamudear antes de que sus ojos azules se detuvieran en esa parte de la joven que nadie debía ver, en esa parte que nadie tenía que contemplar fijamente como lo hacía ella.

El bolígrafo salió disparado a un lado, y con una fuerza atroz, la motorizada aferró a la recepcionista por la boca, sellando con sus gélidas manos el grito de la mujer. El pánico se apoderó de cada centímetro de su cuerpo, y sus ojos azules se perdieron en los de la joven. Ni siquiera pensó en arrojarle un puñetazo o resistirse; en su mente sólo había espacio para sentir pavor, y para preguntarse qué le ocurría a esa muchacha.

—No me gustas. Eres muy bonita —las manos de la recepcionista se levantaron al tiempo que la sonrisa de la motorizada se terminaba de apagar.

Al oír los golpes en la puerta, el forense levantó el rostro del cuerpo que tenía tendido en la camilla, y con un grito invitó a pasar a Marisol. Al oír el taconeo constante, volvió a levantar el rostro del cuerpo, para contemplar en primer lugar unas piernas asombrosas embutidas en unos pantalones de cuero ajustados. Sus ojos café siguieron subiendo por la chaqueta de motorista, el abdomen plano, el tatuaje en el pálido cuello de una joven que tenía una sonrisa encantadora, unos hoyuelos atractivos y un cabello impresionante. La asistente se fijó en los mismos detalles que el médico, pero su atención se quedó plantada en el tatuaje. Algo en él le parecía… inquietante.

—Un gusto conocerle, doctor —saludó alegremente la joven, sin inmutarse por el cuerpo abierto en canal que tenía a pocos centímetros.

El forense abrió la boca para decir algo, pero las palabras se negaban a salir. La sonrisa, los labios, los hoyuelos… algo en lo más recóndito de su mente le dijo que la joven tenía algo extraño, y que debía pensar en ello. Además, el olor dulzón de la carne del cadáver que tenía delante ahora poseía otra cualidad. Algo penetraba en su mente y activaba una alarma, pero no comprendía por qué. Al parpadear y ver a su asistente, notó que parecía ocurrirle lo mismo.

—Vengo a reconocer un cuerpo. La policía me llamó hace dos horas aproximadamente y vine lo más rápido que pude. Ya llené el formulario y la recepcionista me dijo que entrara —las palabras de la joven cortaron los hilos de su pensamiento. Incluso su tono tenía algo de seductor, y con esas piernas…

—Por supuesto. Claro. Por favor… ¿me diría el nombre de la persona? —Alcanzó a decir al tiempo que se preguntaba por qué Marisol no entró con la joven.

—Malvrik Pons —la asistente por fin dejó de contemplar el tatuaje y la sonrisa de la joven, para mirar al forense.

—Curioso —alcanzó a murmurar el médico—. ¿Hace cuánto me ha dicho que la policía la llamó?

—Dos horas —ni una palabra más. La joven siguió sonriendo con las manos embutidas en sus ajustados pantalones de cuero. Tras el silencio incómodo, el forense se apresuró a decir.

—El caso del joven Malvrik Pons está bajo una investigación de segundo tipo. No puedo mostrarle el cuerpo sin una autorización… —con parsimonia la joven abrió su chaqueta y de un bolsillo interior extrajo una carpeta que ofreció al médico.

El forense se tomó su tiempo para leer detenidamente la hoja sin dejar de echar uno que otro vistazo a la joven, y especialmente a sus piernas. Al comprobar que todo se encontraba en orden, le pidió que le siguiera junto a su asistente.

—Tengo una duda. Se considera que es un caso de segundo tipo, pero no veo guardias vigilando el edificio ni mucho menos.

—Tampoco son necesarios —respondió el forense a la joven mientras se acercaban a los refrigeradores—. El hecho de que sea de segundo tipo, no quiere decir que sea peligroso. Ya se ha comprobado que con la sangre de ellos, o cualquier parte de sus cuerpos no se puede hacer nada. Una vez mueren, todo lo que los convirtió en eso desaparece.

—Tiene bastante sentido —dijo la joven contemplando con interés el cuerpo cubierto con la sábana blanca.

—Además, nuestros vigilantes son profesionales —apuntó el forense, destapando el rostro del cadáver.

—Sí, estoy convencida de su profesionalidad —señaló la joven, pero algo en su tono hizo que el médico y la asistente la contemplaran fijamente—. ¿De qué murió? Parece muy tranquilo.

—Es lo que no sabemos. Por ello que se tenga una ligera sospecha de que sea un caso de segundo tipo. Ha sido un poco antinatural su muerte. Aunque deberá esperar al informe final para conocer los detalles.

—Es raro. Se supone que ellos han desaparecido, pero con estas cosas uno puede esperar… cualquier sorpresa —afirmó la asistente. Ese fue el momento en que la joven miró a la mujer, y esta cometió el error de observar fijamente esa parte de ella que la delataba.

El chillido de terror nunca llegó a producirse. Además, los únicos que la hubiesen oído habrían sido el doctor, la motorizada y los cuerpos en sus neveras. La sola imagen de lo que acababa de ver fue suficiente para el forense. Petrificado contempló como la joven estiraba una pálida mano de largos dedos, la posaba con algo parecido al cariño sobre la asistente, y luego… el horror absoluto. La piel se le ampolló en el punto de contacto, el olor que percibiera minutos antes se intensificó, antes de que los músculos de la mujer se pudrieran a una velocidad alarmante. La carne se desprendió del esqueleto, los tendones se dispararon como cuerdas al romperse, y con un traqueteo escalofriante, el esqueleto rodó por el suelo. Entre el pánico que lo paralizaba, una parte de su mente analizó con frialdad un detalle realmente absurdo en una situación como esa. En todos sus años tratando con cadáveres, nunca pudo ver una cantidad de sangre tan alarmante. Conocía perfectamente los principios de coagulación y lo que ocurría con esta cuando un corazón dejaba de latir. Ver como litros y litros de sangre oscura salpicaban la cerámica blanca, las neveras y sus zapatos le hizo preguntarse: ¿dónde escondía tanto líquido el cuerpo?

—Tu asistente no era tan bonita como la recepcionista, pero se ha equivocado —dijo la joven en el mismo tono que empleaba para hablar. Tranquilo, seductor, atractivo—. Ellos nunca han muerto ni desaparecido. Nosotros seguimos en las calles, ocultos, esperando nuestro momento. Ese momento ha llegado —terminó de decir, recogiendo en la palma de su mano una esfera de energía que había arrancado de los restos de la asistente. La mente analítica del forense intentó asimilar en vano lo que acababa de ver. Lo que hacían ellos no tenía ningún tipo de explicación lógica o razonable, y esa era la única forma en que él comprendía el mundo.

El doctor fue el único capaz de gritar, aunque nadie lo escucharía. Ese punto que nadie debía ver de la joven era aterrador. Unos ojos sin iris, llenos de una sola pupila tan negra que al observarla, los miedos más primitivos del humano saltaban. Cualquiera que los veía sentía que su alma, su propia existencia se perdía en una oscuridad infinita, cayendo por siempre en un agujero sin fin, lo suficientemente frío para atormentarte por siempre, sin llegar a congelarte jamás. Al momento siguiente, la gélida mano de la motorizada se posó en su pecho; el proceso se repitió y esa pesadilla que encarnaban sus ojos se hizo realidad. En ningún momento el médico dejó de gritar.

La esfera con la energía vital del forense se retorció en la mano de la joven; casi podía jurar que seguía gritando, pero ella sabía mejor que nadie que eso era un eco del último instante de vida terrenal del médico. Por el fulgor que desprendía, estaba bastante claro que la fuerza vital del hombre era muy alta. Fue algo que tuvo que ir aprendiendo con la práctica. Cada vez que tomaba la energía vital de un ser vivo, sus esferas de energía refulgían de maneras diferentes, y eso respondía a la fuerza de voluntad, seguridad, y carácter del ser vivo al que asesinara.

Hasta ahora, no sabía que entre ellos existiera alguien con unos poderes tan peligrosos como los de ella. Habían muchos realmente temibles, pero así de siniestros… durante la guerra ninguno demostró tener una oscuridad, algo tan inhumano como su poder, y eso la satisfacía como nada en el mundo. La comprensión de lo que era, de lo que podía hacer, y de lo tenebroso de su magia tuvo que descubrirlo por el camino difícil, escondiéndose, experimentando y cometiendo errores que estuvieron a punto de matarla. Ahora, lo dominaba por completo y en este nuevo despertar que se aproximaba, conocerían el auténtico miedo. Uno mucho peor que el que sentían al oír las alarmas que identificaban las auras.

La esfera de energía se agitó en su mano derecha, como queriendo huir de lo que haría con ella. Eso la hizo sonreír ampliamente, un momento antes de que el olor de mil fosas abiertas se expandiera como una peste por la sala. La esfera penetró el cadáver de Malvrik provocándole una serie de espasmos que habrían sido suficiente para matar a cualquiera de un infarto. El desagradable olor a fosas abiertas, a mausoleos y muerte se intensificó aún más por unos segundos mientras varias gotas de sudor corrían por el rostro de la joven. Con un suspiro se retiró el cabello del rostro y contempló el cadáver de Malvrik, ahora con los ojos abiertos, moviendo los dedos de manera frenética.

—Levántate, amigo mío. Es hora de que vuelvas a caminar —a trompicones el cadáver se puso en pie y se quedó allí, esperando órdenes, aunque la atención de la joven estaba fija en la segunda esfera.

Lo que venía a continuación era un paso difícil, pero necesario. La energía vital tenía un periodo de vida bastante corto como fuerza absoluta, como motor de vida. Tras diez minutos de haber sido extraída, comenzaba un proceso de deterioro que derivaba en un eco de lo que fue en la vida terrenal; en otras palabras, se convertía en un fantasma, y hasta ahora, la motorizada no podía ejercer ningún control sobre ese tipo de muerte. Estaba casi segura que sus poderes no llegaban hasta ese punto, pero eso abría una posibilidad que la ponía de mal humor. Puede que allá afuera, entre ellos se encontrara cualquiera con la facultad de dominar a los fantasmas, y la sola idea de que alguien se le comparara…

apartando a un lado un posible ataque de ira, respiró profundamente un par de veces, preparándose para lo que venía a continuación. Con una orden mental, la esfera que flotaba sobre la palma de su mano izquierda se estiró, hizo aparecer varios apéndices que se arremolinaron en torno a su muñeca, y con un destello se incrustaron en su brazo. El dolor fue instantáneo, porque cada molécula de su cuerpo se revelaba contra la invasión de su propia energía vital, de su propia existencia; pero al mismo tiempo, su abdomen se puso rígido, los pezones se le endurecieron y el placer comenzó a luchar contra el dolor. Con una última sacudida terminó de absorber la esfera, sintiendo como su cadera casi por cuenta propia se impulsaba adelante, antes de sentir como estallaba con un orgasmo que le hizo caer sentada.

Hasta ahora no podía comprender del todo la reacción de su propio cuerpo, pero suponía que era la forma de contrarrestar el dolor que sufría cada vez que absorbía energía vital, utilizando algo tan potente como el propio dolor. A cualquiera le podía parecer perturbador, e incluso asqueroso, pero a ella poco le importaba la reacción de cualquiera. Era uno de ellos, por lo tanto, estaba por encima del humano común. Si debía tener un orgasmo que la incapacitaba por un par de minutos, no tenía ningún problema; después de todo, con eso creaba su propio ejército con el que sometería a medio mundo. Con poco de práctica adicional perfeccionaría la forma de extraer energía sin desintegrar la carne. Poco a poco lo estaba consiguiendo, y Malvrik significaba para ella su primer logro. Una muerte completa, y un cadáver entero que podía hacer pasar por cualquier vivo.

En cuanto a los esqueletos… un rayo de energía vital salió despedido de su mano derecha, se enlazó con los esqueletos del forense y la asistente, se hilaron en cada articulación, en cada hueso y refulgieron en las cuencas vacías, antes de que con un traqueteo escalofriante se recompusieran. Despertar un cuerpo con carne podía consumir la energía vital de una persona o dos, de acuerdo a su potencia energética. Por su parte, podía levantar hasta tres esqueletos con una sola esfera regular. Relativamente torpes, pero aterradores y problemáticos para cualquier humano común. Nadie se creería que un esqueleto lo atacaría con un cuchillo, un bastón de roble, o un arma de fuego. La impresión paralizaba a cualquiera, porque sus estúpidas mentes se detendrían a conseguirle una respuesta lógica a lo que sus ojos veían. Por eso prefería a los esqueletos, aunque revivir a la carne era un desafío más alto, y eso era algo que ella amaba.

Al llegar al escritorio donde reposaba la calavera de la recepcionista, la motorizada se detuvo un momento para despertar el esqueleto de Marisol con lo que restaba de la energía vital que le había extraído. Era una ironía que le arrancó una carcajada. Tenía mucha más almacenada porque venía recolectando esferas desde hacía bastante tiempo, así que ya era momento de levantar a los muertos. A su disposición tenía una morgue repleta de cadáveres, afuera la esperaba otro vigilante, y en un pasillo, los restos del otro viejo casi la llamaban a gritos para unirse a su ejército.

El nuevo despertar se acercaba, y ella sería protagonista en el próximo escenario. Por eso le dedicó una amplia sonrisa a la cámara de vigilancia, tomó el bolígrafo y plasmó el nombre con el que la conocerían y temerían a partir de ahora: Rosa Mortis.

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Moisés Level

Músico y escritor

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