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Bajo el castillo (relato)





La brisa levantó una densa nube de arena, aulló entre las piedras y agitó las trenzas de Midhia. Imperturbable, esta siguió contemplando la enorme columna que tenía delante, ajustando el micrófono de su oreja derecha, esperando que la antena que su compañero había instalado funcionara correctamente. A menos el sonido de estática indicaba que enviaba señal, mas no lograba establecer una comunicación adecuada. Tampoco le extrañaba. Al mirar nuevamente la base del aparato, y los enormes surcos que cubrían su superficie, más bien se admiró por el extraordinario trabajo de los ingenieros. Creaban equipos realmente resistentes, porque ese planeta lo exigía. 




Diez años explorando su superficie, consiguiendo sorpresas agradables como abundancia de minerales, químicos, agua potable y reciclable, frutos extraños, pero perfectamente consumibles, especies peligrosas y otras que por sí sola se acostumbraban a la vida como mascotas, pero también, existía un tipo de vida que, si bien no tenía la suficiente inteligencia como para desarrollarse como civilización, poseían un instinto depredador extraordinariamente alto, y la raza humana le era hostil. 



Muy raras veces pudieron distinguir alguno de aquellos depredadores, y la sola visión ya provocaba un terror instintivo que se remontaba a sus inicios más ancestrales, por allá en los tiempos en que el hombre seguía subido a las ramas, temerosos de los rayos y cualquier cazador salvaje. En la nave nodriza tenían zoológicos con reptiles, y a pesar de los largos años cuidando de ellos, viéndolos de cerca y destripando a alguno, nada se comparaba con los que se escondían en ese planeta. 



Nadie hasta la fecha había capturado alguno, y menos aún había sobrevivido para contarlo. Retazos de imágenes ayudaban a reconstruir los últimos momentos de los exploradores, y con ello, aterradoras representaciones de cosas que parecían serpientes con crestas óseas, garras, alas y pinzas, otras que se asemejaban a dragones de los viejos mitos japoneses, otras cosas que ligeramente parecían saltamontes y libélulas, de no ser por el temible arsenal de púas y garras que tenían, y en algunos casos, bípedos humanoides con un andar francamente preocupante por su naturalidad, por la inteligencia fría y calculadora que transmitían. 



Los científicos calculaban que a menos debían habitar el planeta unos quince tipos de vida hostil como las que atacaban a los exploradores, dañaban las bases y generaban un caos general en las estructuras que intentaban levantar. No habían hecho absolutamente nada para molestarlos. Ni siquiera provocaban explosiones para minar los terrenos, o talaban los bosques de forma indiscriminada. Los científicos aseguraban que simplemente los querían fuera de su hogar, de su planeta. Demasiado territoriales quizá, pero el problema, es que para los humanos no había vuelta atrás. La tierra hoy día sería como aquel viejo planeta llamado marte, y de las seis naves nodrizas que partieron tantos miles de años atrás, puede que algún día supieran algo de ellas, si es que habían sobrevivido al enorme viaje espacial. A menos para ellos no existía una segunda opción. Este sería su hogar, y si para ello debían aniquilar por completo a los reptiles e insectos cazadores… lo harían. 



Al ver los surcos nuevamente sobre la superficie de la antena, Midhia se preguntó cómo demonios podían hacerlo. Ni el más veterano de los exploradores sobrevivió seis noches fuera de las bases militares, y ahora estaba allí, sola, en mitad de la nada buscando a un compañero perdido, contemplando con atención el muro que tenía delante, y esperando la orden de avanzar. 



—Base 37 C, comunicando con exploradora Midhia 124. ¿Me escucha? —antes de que la operadora volviese a repetir el mensaje, la mujer se apresuró a responder, echando un rápido vistazo a su alrededor. Por ella, aquellos peligrosos habitantes podían comprender sus mensajes. 



—Exploradora Midhia 124, reportando desde la antena 1228S, al noreste de la base, a unos ochenta kilómetros. Informo: no hay rastros del explorador Steve 280. La antena muestra varios surcos, similares a los que producen los reptiles del tipo bípedos. No se aprecian daños considerables. Tengo a doscientos quince metros el castillo 320c. No se aprecia signos de vida de ningún tipo. Provisiones, armamento, equipo y salud en perfecto estado. 



Al terminar su rápido informe, Midhia se quedó contemplando fijamente un trozo de tierra a pocos metros de ella. Juraría que por un instante algo fluctuó en el aire, a pocos centímetros del suelo. Con una punzada de nervios quitó el seguro a su carabina de proyectiles sólidos y con un movimiento de muñeca, activó su brazalete que arrojó una onda de sonido a su alrededor. Su ojo derecho, que desde el momento en que comenzó a formar parte del equipo de exploradores fue reemplazado por un complejo y sofisticado ojo biónico, proyectó toda clase de datos. La única conclusión que sacó Midhia es que el polvo al levantarse del suelo le jugó una mala pasada. En cien metros a la redonda ningún tipo de vida estaba esperándola. 



—Exploradora Midhia 124 —dijo de pronto la voz en su oído derecho—, proceda con la fase 2 de su misión. 



—Entendido —respondió—. Corto y fuera. 



Ya se lo esperaba. Después de todo, más que un explorador desaparecido, y posiblemente muerto, lo que intrigaba y tenía de cabeza a los miembros de la expedición, eran las viejas construcciones del planeta. Seis años desde su llegada, dos desde que colocaron por primera vez un pie en el suelo de su nuevo hogar, y ni una sola pista de quién los construyó, para qué, y por supuesto, dónde estaban sus habitantes. O lo que suponían, debían ser habitantes. Eso sumaba otra interrogante más grande todavía. Ni un solo pueblo, ni un solo edificio. Únicamente castillos enormes rodeados por algunas columnas con símbolos que nadie podía traducir. 



Esperando encontrar algo de interés sin tener que perder la vida en el intento, Midhia inició su camino al castillo, enviando ondas de sonido que pudieran indicarle si alguno de aquellos reptiles o insectos la estaban esperando en algún lugar. Detrás de una columna, o de alguna roca, pero todo estaba desierto. Lo que sí encontró, fue una bota que reconoció perfectamente. Era el calzado de los exploradores, y este en específico, todavía tenía en su interior el pie de su dueño. Una parte de la tibia asomaba por la caña del sucio y desgarrado calzado junto a unos pocos restos de carne y músculos. Midhia no se sorprendió en lo absoluto. Estaba segura de que encontraría muerto a su compañero, desmembrado como ocurría con todos, pero a menos le habría gustado que todos los trozos estuviesen más o menos cerca. Esa bota allí, tirada en medio de la nada con un pie en su interior, sin rastros del resto del cuerpo la ponía realmente nerviosa. Empuñando con fuerza su carabina de proyectiles sólidos siguió adelante; si sobrevivía, ya daría su informe. 



El castillo, como casi todos los demás, respondía a un estilo que dejó a más de un científico con la cabeza de revés. En la vieja tierra ese tipo de estructuras fueron conocidas como estilo gótico, y varios sistemas solares más allá, el que encontraran una infraestructura con tantos parecidos no tenía ninguna explicación lógica. Midhia sentía un interés por ese tipo de misterios, pero los estudios profundos los dejaba para los científicos e ingenieros. Como exploradora, a ella le importaban las tácticas, las armas y la supervivencia, y en ese caso, la manera de encontrar una forma de entrar al castillo. El último informe arrojó un total de doscientos cincuenta intentos por ingresar a cincuenta estructuras como la que tenía a pocos metros. Sólo veinte pudieron ingresar y hasta ahora, no se sabía nada de los exploradores. 



Como el rayo, Midhia levantó su carabina y apuntó a la pared más cercana. Juraría que por un instante el aire fluctuó. Una vez más miró nerviosa a su alrededor. La sensación de que algo la vigilaba comenzaba a alterarle los nervios, pero la disciplina se impuso a las sensaciones, y sin bajar el arma recorrió los últimos veinte metros. 



Altas ventanas impenetrables, varios portales hechos de un material más resistente que el acero, y múltiples símbolos ilegibles. Midhia no veía nada más. Tras una hora de recorrido, seguía sin encontrar una posible entrada. Creyó que este castillo sería igual a los demás, hasta el momento en que, en su comunicador, una señal envió tres notas agudas. Petrificada, comprendió que era una señal de aviso, una contraseña que entre exploradores significaba que uno de ellos estaba cerca y que había hecho contacto visual. No obstante, Midhia sabía que en el área, sólo había un compañero más, y de él, hasta ahora lo único que sabía, es que su bota estaba tirada en el suelo con su pie dentro. 



—Midhia 124, recibo informe —la estática fue lo único que le respondió. Al enviar una señal codificada de respuesta, a pocos metros a su derecha un comunicador emitió un par de pitidos. Después, sólo quedó en el aire el sonido del viento. 



La joven sabía que el comunicador de su compañero no debía emitir ningún sonido. Al enviar una nueva onda de sonido hacia la pared y el grupo de rocas que tenía a su alrededor, como imaginó, ningún tipo de vida la esperaba allí. Su misión como exploradora consistía en precisamente, caminar, explorar, reconocer e informar. Por ello se acercó al lugar para conseguir junto a un hoyo que descendía hacia la oscuridad el comunicador de su compañero… todavía siendo aferrado por la mano enguantada de Steve. 



Con sangre fría tomó el dispositivo, dejó caer la mano y guardó el aparato. Ya los técnicos de comunicaciones sacarían todo lo necesario en sus laboratorios. Lo que le concernía a ella descendía por ese hoyo, a pesar del peligro eminente. Steve estuvo ahí, perdió un pie en una lucha, pero de alguna forma encontró un camino al interior del castillo. Puede que estuviese escondido en alguna parte, bastante malherido, o puede que estuviese muerto. De cualquier manera, Midhia creó un respaldo en su banco de memoria, lo envió a través de la antena cercana, activó su visión nocturna y con la carabina apuntando a la oscuridad, se adentró hacia las profundidades del castillo. 



No descubrió ningún trozo adicional de Steve, ni tampoco algo que le pudiese dar una idea aproximada de lo que pudo ocurrirle. Tras cincuenta metros bajando por un suelo inclinado y mohoso, llegó hasta un pasillo que se extendía a menos un centenar de metros hacia su derecha. A la izquierda, una robusta puerta bloqueaba el paso a cualquier habitación, pasillo o escaleras. No tenía forma de averiguarlo, y la impresión de encontrarse en el interior de un enorme misterio, de una construcción hecha por una inteligencia totalmente desconocida la tenía lo suficientemente impresionada como para no detenerse con detalles como ese. cuando avanzó varios metros y contempló atentamente la luz que levitaba a un par de metros por encima de su cabeza, la noción de lo que estaba viendo la dejó sin aire. 



¿Por cuántos años la luz se había mantenido allí, iluminando el pasillo a los fantasmas de una posible civilización? El polvo, el moho e incluso, la roca había sentido el pasar de los años. La erosión incluso desdibujaba los símbolos de las columnas en el exterior, y aquí dentro, aunque aislada, las paredes también sentían el pasar de los años. Indiferente a todo esto, la esfera que desprendía una tenue luz blanca seguía allí, funcionando, levitando e iluminando el pasillo. Otras esferas idénticas se encontraban a una distancia de treinta metros y por lo que podía ver, se perdían en la distancia. 



Detallando el pasillo, notó que lo que en primer lugar creyó que eran tallas en las paredes, en algunos casos respondían a marcos de puertas. Al acercarse, Midhia se quedó contemplando un intrincado diagrama que recorría toda la superficie de, sí, una robusta puerta de metal. Las figuras geométricas, las intricadas formas y la compleja hilera de puntos la desconcertó por completo, pero nada la dejó tan sorprendida como la perfecta talla de un sistema planetario que conocía muy bien por sus clases de historia. Frente a ella tenía un esquema completo de la vía láctea. 



Después de superar la primera impresión, se dedicó a recorrer el resto del amplio pasillo. Cada una de las puertas poseía una talla de un sistema planetario. Suponía que era importante, pero no lograba comprender de qué forma. La idea que más tomaba forma en su cabeza, es que eran portales que permitían viajar a esos lugares sin tener que pasar por los miles de años navegando en el espacio y por supuesto, no lo harían sus descendientes sino ella en persona. Varias veces intentó abrir más de una de las puertas sin conseguir absolutamente nada. Posiblemente entre las tallas estaba el secreto, el código para poder abrirlas, pero fuera del esquema de los sistemas planetarios, no entendía nada. 



Al llegar a la primera bifurcación de pasillos, observó un rastro de sangre que partía por el pasillo de su izquierda y se detenía junto a una puerta que… sí, parecía estar abierta. El fuerte sonido de sus pasos sobre la piedra era lo único que se oía. Sin bajar la carabina, Midhia llegó a pocos metros de la puerta para contemplar un brazo de Steve. Le faltaba la mano, así que ya sabía que era el derecho. Al final del pasillo, y de los otros que pudo ver en la bifurcación, otro centenar de metros más adelante una arcada daba paso a unas escaleras que descendían hacia otro nivel donde la luz aparentemente era de color azul. Al recorrer el pasillo por donde llegó, pudo contabilizar veinticuatro puertas en total. Si sumaba los tres pasillos que se abrían en la bifurcación, tendría noventa y seis puertas. Noventa y seis posibles portales a noventa y seis sistemas, o planetas ubicados a años luz cada uno. Si por debajo se extendía otro nivel, y puede que, por debajo de ese, otro más… las posibilidades y el mundo que se abría… ¿mundo? El universo estaba en manos de los que pudiesen utilizarlos. Además, ese no era el único castillo… 



Mareada con tanta información y posibilidades, Midhia fijó su atención en la puerta que más que entreabierta, estaba doblada hacia afuera, como si algo desde el otro lado la hubiese golpeado con la suficiente fuerza como para desencajarla. Teniendo en cuenta el material del que estaban hechas, y que hasta ahora no encontraban una forma de mover los portones ni un milímetro en los castillos... La exploradora estaba segura de que sólo una explosión realmente destructiva pudo dañarla de esa manera. Posiblemente el sistema solar al que pertenecía el portal hoy día ya no existía, quizá porque su estrella explotó, o porque no conocían las consecuencias de jugar con energía atómica. Podía imaginar mil y un motivos. Lo que le parecía extraño, es que sólo estaba doblada ligeramente a la altura de lo que, en una puerta humana, sería el lugar donde tendría el pomo. 



Aunque una voz gritaba a todo pulmón en su mente que se alejara, otra, la entrenada durante años en su nave nodriza le pedía que se acercara y examinara detenidamente la puerta. El grosor debía ser de unos diez centímetros, y teniendo en cuenta la resistencia de ese extraño metal… lo que fuese que la impactara desde el otro lado, tuvo que hacerlo con una energía realmente impactante. La idea de que al otro lado sólo quedarían restos de una estrella y planetas pulverizados se le vino a la mente mientras tomaba su linterna. A pesar de todos los ajustes y configuraciones que probó, su ojo biónico no lograba penetrar la oscuridad que se podía ver en el quicio, quizá porque era la del espacio infinito. No obstante, aunque la temperatura se encontraba a varios grados por debajo de la del exterior, ni de cerca se aproximaba al cero. Con una sacudida la potente linterna se encendió, y aunque esperaba que la siguiera saludando la misma oscuridad, lo que le devolvió la mirada desde el otro lado la petrificó en el lugar. 



Los oídos le zumbaron ante la potente descarga de adrenalina, y un segundo más tarde su cuerpo sufrió una leve convulsión. A pesar de ello no perdió el conocimiento, y aunque intentaba gritar con todas sus fuerzas, de su garganta no salía ningún sonido. Sólo palpitaba violentamente al ritmo de su corazón al tiempo que el dolor en ella aumentaba. No podía controlar ni un sólo músculo de su cuerpo, y este no respondía ante nada. Se encontraba totalmente indefensa en el pasillo, aferrándose desesperadamente a la cordura que amenazaba con salirle por las orejas. El miedo, el pánico que sentía no se comparaba con absolutamente nada. Desde el otro lado, un iris carmesí le devolvía la mirada, brillando con la potencia suficiente como para arrojar destellos sobre la superficie de la pared, y con la energía suficiente como para dispersar la densa oscuridad que cubría el otro lado de la puerta. Midhia no distinguía nada más. Sólo veía un ojo carmesí, o lo que sería su iris, y por primera vez en su vida, dio gracias al universo entero por ese pequeño favor. 



Algo a su lado emitió una serie de silbidos chirriantes, y un momento más tarde, varias tallas en la puerta se iluminaron. El ser que se encontraba al otro lado emitió un alarido de rabia, y golpeó con tanta fuerza la puerta que incluso la pared tembló con la potencia del impacto. Ese fue el momento en que el cuerpo de Midhia hizo las conexiones necesarias, y juntándose con el pánico que sentía su mente, el terror de su cuerpo explotaron ante todo en un grito que reverberó en todo el castillo, antes de que, a tropezones, caídas y sollozos, la exploradora con el número de graduación 124 se alejara lo más rápido posible del lugar. Entre la niebla del terror, ni siquiera se percató de que algo la empujaba por el pasillo correcto al llegar a la bifurcación, y tampoco notó que una mano la ayudaba a ponerse en pie cada vez que se caía con la fuerza suficiente como para casi perder el conocimiento. 



Cuando la oscuridad del miedo comenzó a desaparecer, Midhia se dio cuenta que estaba fuera del castillo, temblando y llorando tendida sobre su carabina. No recordaba de ninguna manera la forma en que salió de aquel lugar, pero a medida que recuperaba la normalidad, la comprensión iba abriéndose camino en su mente. 



Cualquiera podía creer que las puertas servían como portales. Nada más al ver las tallas, sin problemas se podía llegar a esa conclusión, pero ese ojo… y el sistema planetario tallado en la puerta, junto a los reptiles, las columnas y la misma disposición del castillo le hacían creer otra cosa. En sí, el planeta entero era una prisión estelar. Aquellas puertas escondían en su interior las peores amenazas de cada sistema solar, de cada cultura civilizada o conocida por algún tipo de raza, o inteligencia superior. Que algo como aquel ojo y su dueño tuvieran la fortaleza como para vivir durante tantos miles de años, golpeando una y otra vez la puerta hasta haberla sacado de su marco… tan solo pensar lo que podía vivir detrás la hizo estremecerse de miedo. ¿Qué pasaría en el momento en que mil, diez mil, o un millón de años después pudiera derribarla? ¿Qué ocurriría si los demás seres lograban escapar de sus celdas? Si tan solo una mirada la paralizó de esa manera, no podía llegar a imaginar de lo que sería capaz su dueño. 



¿Qué eran entonces los insectos y los reptiles? La respuesta habló por si sola. El aire fluctuó y una figura agazapada se hizo visible. El miedo la paralizó nuevamente, impidiéndole tomar su fusil. A pocos metros un enorme reptil repleto de púas, colmillos y garras la miraba fijamente. Haciendo que la imagen fuese chocante a sus sentidos, poseía un extraño chaleco con múltiples compartimientos y objetos. Detrás de él, una larga cola agitaba el polvo del suelo, mientras su lengua bífida se sacudía en el aire. Nuevas ideas se colaron en su mente, y con un sobresalto, se dio cuenta que el propio reptil la estaba ayudando a comprender lo que era el castillo, y que ellos… eran los guardianes de los reclusos. Su sistema de defensa estaba comenzado a deteriorarse, y la raza que los colocó en ese mundo como guardianes… aparentemente había desaparecido veinte mil años atrás. Ellos sabían luchar, controlar y matar, pero no eran ingenieros ni comprendían la tecnología usada en la protección de los castillos. Pero ahora, querían establecer comunicación con la raza llegada de ese pequeño sistema solar al que ella llamaba... vía láctea y madre tierra, porque necesitaban proteger el universo de lo que podía escapar de las celdas planetarias. 



Midhia lo entendía, y con un gesto de asentimiento se puso en pie, saludó al reptil y le pidió que la siguiera. Describiría lo ocurrido a los científicos de la nodriza. Su misión desde el día en que partieron de la moribunda madre tierra fue garantizar la subsistencia de la vida de su planeta de origen. Hoy día se veía amenazada, y debían buscar una solución al problema, aunque tuviesen que trabajar con unos reptiles e insectos realmente aterradores. Ya tendrían tiempo para las preguntas y, sobre todo, para conocer el motivo de que los atacaran de la forma en que lo habían hecho. Si lo pensaba bien, incluso eso sería una tontería ante la cantidad de historia que los guardianes pudiesen compartir con ellos.


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Moisés Level

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